De la caída en pecado, al arrepentimiento que nos abre las puertas del Cielo
San Juan Colobos escuchó una voz que provenía de lo alto: “El Señor ha aceptado el arrepentimiento de Taisia. Aunque su contrición no fue larga, sí que estuvo llena de sinceridad, fervor y calor espiritual”.
Acordémonos de la bienaventurada Taisia, quien durante años ayudó enormemente a los monjes de Egipto, aunque después fue arrastrada al desenfreno, por acción del maligno. Los mismos monjes a los que otrora había ayudado, empezaron a orar fervientemente por ella; finalmente, enviaron a un gran asceta para salvarla: el venerable Juan Colobos. Sus lágrimas y encendidas palabras sobre la necesidad de volver al camino de la salvación estremecieron a Taisia, y esta, arrojándose a los pies del anciano Juan, le suplicó que la llevara a un monasterio de monjas. Así, llena de arrepentimiento y renunciando a todo lo que tenía, emprendió el camino con el venerable Juan.
Como empezaba a anochecer, decidieron detenerse y descansar hasta que saliera el sol. A medianoche, San Juan se despertó y vio un espléndido rayo de luz que descendía del cielo, justo hasta el lugar donde dormía Taisia. En esa luz celestial, los ángeles llevaban el alma de la beata mujer, quien acababa de morir. En ese instante, San Juan Colobos escuchó una voz que provenía de lo alto: “El Señor ha aceptado el arrepentimiento de Taisia. Aunque su contrición no fue larga, sí que estuvo llena de sinceridad, fervor y calor espiritual”.
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La porțile Postului Mare, Editura Biserica Ortodoxă, București, 2004, p. 67)