De la creación del hombre y el punto de encuentro interior con Dios
Dios llama al hombre en su corazón, lo llama a la vida; y el hombre, si le escucha y obedece, se realiza verdaderamente como persona. Esta es la vocación del hombre.
A Dios nadie lo ha visto jamás y nadie conoce Su Nombre. Él es simplemente imposible de nombrar y describir... Pero, creando al hombre, Dios construyó en él una recámara nupcial en la cual, entrando, el hombre puede encontrarse con su Creador y escuchar su voz. Este lugar es el corazón del hombre, y cada vez que el hombre desciende allí para glorificar a Dios, en Su casa tiene lugar un encuentro que se llama “oración”. La “Oración del corazón” tiene lugar, entonces, desde que existe el hombre, porque este existe en verdad sólo cuando descubre ese lugar en donde puede pastar en lo divino sin cesar. Dios llama al hombre en su corazón, lo llama a la vida; y el hombre, si le escucha y obedece, se realiza verdaderamente como persona. Esta es la vocación del hombre.
Esta es la razón por la cual, de un extremo a otro de la Biblia, podemos escuchar el llamado de Dios: “¡Shemá, Israel!”, que contiene en su interior la entera vida espiritual. “Shemá” significa “escucha” y viene de la raíz “shem” (que significa “nombre”).
Escuchar el Nombre de Dios en lo profundo de nuestro corazón significa nacer a la vida, significa recibir la semilla divina que es nuestro propio nombre, la persona oculta en nuestro interior. Adán y Eva, los primeros hombres, vivieron en esta asombrosa intimidad con Dios, recibiendo de Él, “boca a boca”, como dice el texto hebreo, una transfusión del hálito de Vida. Sin embargo, pronto ellos rechazaron seguir escuchando, y la ruptura no tardó en aparecer. La consecuencia de todo esto fue el crimen de Caín en la segunda generación.
En vez de seguir buscando el Nombre en su interior, el hombre empieza a buscar el re-nombre exterior, perdiendo así su eje interior. Desequilibrado, Caín se pierde en el extravío de afuera, construyendo —sin Dios— culturas y civilizaciones, el mundo exterior. Esta es la condición del hombre “expulsado del Paraíso”, es decir, su existencia en lo exterior, carente de identidad. Con todo, Dios deja atrás ese reto, para conservar el don del Pacto; así, les concede a Adán y Eva un tercer hijo, Set. Este abre una nueva descendecia de la cual nace Enós, de quien la Biblia dice que es quien, luego de la caída, empieza a “invocar el nombre del Señor Dios” (Génesis 4, 26).
Así las cosas, el camino de regreso es posible y el hombre puede hacerse Hombre por este llamado que es justamente el lugar de su realización: ¡“Enós” significa “Hombre”! De tal modo que, junto con el pueblo de los semitas que proviene de Sem, el primogénito de Noé (“sem” significa “el que porta el Nombre”), aparece también la Tradición de la “Oración de Jesús”, Cuyos discípulos, a su vez, portarán el Nombre “escrito sobre sus frentes” (Apocalipsis 14, 1). Vemos así que la descendencia de los portadores del Nombre no se interrumpió desde el Génesis y hasta el Apocalipsis, y los discípulos de Cristo, los cristianos, son los semitas que llegaron a la perfección.
(Traducido de: Alphonse şi Rachel Goettmann, Rugăciunea lui Iisus. Rugăciunea inimii, Editura Mitropolia Olteniei, Craiova, 2007, pp. 21-22)