Palabras de espiritualidad

De la humildad necesaria para llegar a la verdad

    • Foto: Stefan Cojocariu

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Quien busque con sinceridad la fuente, tarde o temprano terminará descubriendo la realidad.

Siendo Dios el origen de toda sabiduría, el teólogo viene a alimentarse directamente de esta fuente. En tanto que el filósofo es un amante de la sabiduría, el teólogo es amante de Dios. El filósofo se alimenta con la sombra de la realidad, justo como la teoría de Platón sobre el Mito de la caverna, mientras el teólogo se alimenta de la realidad misma. El filósofo pretende extrapolar todo lo posible de la sabiduría, pero, paradójicamente, se ve privado de esa fuente de sabiduría.

Lo más grave es que el filósofo no es consciente de ello, sino que se contenta y se siente satisfecho con las elucubraciones de su propia mente. Se considera vencedor ante cualquier idea subjetiva, porque carece de la humildad del teólogo. Tanto el uno como el otro buscan algo. Sin embargo, la diferencia entre ambos queda evidenciada desde el principio. Su propósito, los medios utilizados y la finalidad perseguida son completamente distintos. Son aspectos que deben ser considerados objetivamnte. Pero, esta visión objetiva desapareció hace mucho tiempo, porque distintas corrientes filosóficas han atacado a la teología durante siglos. Los frutos del Renacimiento, el humanismo, el Iluminismo, el evolucionismo, el marxismo, etc., son bien vistos actualmente. Y el resultado de esto es cada vez más visible. Estas corrientes filosóficas ajenas a Dios han provocado el “divorcio” entre filosofía y teología, de manera que muchos de sus hijos viven desorientados, sin saber qué “padre” adoptar.

En los últimos tres o cuatro siglos, la teología y, en general, la fe en Dios, han sido continuamente atacadas por esos “adeptos a la sabiduría”, que también son los partisanos del Anticristo. Sus motivos y propósitos son múltiples, conocidos y desconocidos, discutibles e indiscutibles. Quien busque con sinceridad la fuente, tarde o temprano terminará descubriendo la realidad.

(Traducido de: Protosinghelul Ioachim Pârvulescu, Cele trei mari mistere vizibile şi incontestabile din Biserica Ortodoxă, Editura Amacona, 1997,  pp. 87-88)