Palabras de espiritualidad

De la presunta disipación de un monje y de cómo llegar a la Verdad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Si así lo queremos, detrás de cualquier “noticia” podemos conocer no sólo una verdad, sino la Verdad Misma.

El hombre del mundo actual busca cómo mantenerse siempre bien informado, y cree que esto es ya una gran virtud. La expresión: “la información domina la situación” tiene fuerza de letra de ley para el descendiente de Adán, aquel que eligió aceptar de Eva ese antojo que le había vendido la serpiente, durante una breve conversación en el Jardín del Edén. Esa tentación, la de dejarte llevar por las noticias que nos llegan, no es algo que aceche solamente a las personas “del mundo”, sino también a los que se saben parte de la Iglesia y que creen de sí mismos que pueden cumplir con los mandamientos de Dios, accionando solamente después de haberse “informado bien”. Pero “informarte bien” no siempre es lo mismo que conocer la verdad. Tomemos un caso real y veamos, en primer lugar, cómo se nos presenta la noticia, para luego analizar que hay detrás de ella. Se trata de un caso que aún no ha llegado a oídos de nuestros periodistas, pero me les voy a anticipar y la presentaré yo, del mismo modo en que tales temas son expuestos por la prensa sensacionalista. Al terminar, me concederé a mí mismo el derecho de réplica.

En primer lugar, la noticia:

El título de la noticia podría ser algo como: “Increíble: ¡un monje que cada noche visita prostitutas! Escandalizados, los fieles le piden al obispo que tome medidas urgentes al respecto”. Después, el texto del reportaje:

«Conmoción entre los habitantes de la ciudad. Desde hace un buen tiempo, un monje llamado Vitaliano ha tomado la costumbre de visitar cada noche la casa de alguna prostituta. Él, que debería de ser un modelo de vida cristiana, ha sido visto entrando a las casas de esas mujeres que con ligereza se ofrecen a los “hombres más generosos”, malgastando así el dinero que gana haciendo algunos trabajos en la ciudad. A partir de la información obtenida por nuestros reporteros, sabemos que Vitaliano, de sesenta años de edad, suele entrar cada noche a la casa de una mujerzuela diferente. Cuando ya las ha visitado a todas, empieza nuevamente desde la primera. Ninguna de ellas quiso decirnos algo sobre su inédito cliente, a excepción de una, que declaró que el monje nunca la ha tocado y que, cuando viene a visitarla, le paga para que ella no trabaje y descanse la respectiva noche, mientras él ora en un rincón de la habitación. Lo curioso es que, poco después de dar esas declaraciones, dicha mujer comenzó a tener manifestaciones semejantes a las de los poseídos, algo que sus vecinos no dudan en señalar como “un castigo de Dios por haber mentido sobre aquel monje, diciendo que nunca la ha tocado”.

A pesar de rechazar pronunciarse sobre su escandaloso comportamiento, uno de nuestros reporteros estuvo sigiendo a Vitaliano con una cámara oculta, y así consiguió registrar el siguiente diálogo entre el monje y una persona que le echaba en cara su conducta. “¡Vete de aquí, miserable, que te esperan tus mujerzuelas!”, le increpó un hombre, escupiéndole a la cara. Sin inmutarse, el monje no reaccionó a esas provocaciones, pero tampoco negó sus actos. En un momento dado, ante la insistencia de quienes se empezaban a reunirse para recriminarle, dijo: “¿Acaso no tengo yo también un cuerpo, como todos los demás? ¿Es que Dios creó a los monjes sin cuerpo? En verdad, también los monjes son humanos”. Más sosegado, uno de los presentes le ofreció a Vitaliano una solución para su problema: “¡Padre, lo mejor es que tomes por esposa a una de esas prostitutas y renuncies a tus hábitos de monje, para evitar que sigas mancillando con tu actitud a quienes sí merecen portar el atuendo monacal!”. Visiblemente irritado, esta vez la respuesta de Vitaliano no se hizo esperar: “¡No, no haré lo que ustedes me dicen! Porque, ¿qué bien me haría casarme y tener que cuidar a mi esposa, a mis hijos y a mi hogar, ocupando mis días entre preocupaciones y afanes? Pero... ¿por qué me juzga todo el mundo? ¿Es que ustedes son los que responderán ante Dios por mí? ¡Que cada uno cuide de lo suyo, y a mí déjenme en paz, porque sólo Dios es el Juez de todos y sólo Él recompensará a cada uno según sus actos!”.

Nuestras fuentes al interior de la Iglesia nos han confirmado que los actos de este monje —que, en vez de la vida de monasterio, parece amar más la vida de burdel—, han llegado a oídos del jerarca local, de quien aún se espera alguna medida disciplinaria, especialmente porque sus consejeros ya le han advertido que hay mucha confusión entre la gente y que las acciones de este indigno personaje afectan seriamente la credibilidad de la Iglesia.»

... Ahora, la verdad

¿No es cierto que semejante noticia, si apareciera en los diarios de hoy, nos perturbaría terriblemente? Sobre todo, cuando hay tantas pruebas incontestables que sostienen lo afirmado, incluso una grabación en donde el respectivo monje reconoce sus actos y admite que no quiere renunciar a seguir frecuentando prostitutas. Bien, todo eso sí que ocurrió, aunque no en nuestros días. Se trata de lo que hizo un monje en Alejandría hace unos catorce siglos, en tiempos de otro gran santo, Juan el Misericordioso, Patriarca de Alejandría. Este monje aparece en nuestro calendario ortodoxo con el nombre del Piadoso Vitaliano el Monje.

¿Por qué es santo? Porque, en verdad, él ni siquiera tocaba a dichas mujeres, sino que les pagaba para que en la noche respectiva dejaran de pecar. Muchas de ellas, viéndole orar y cómo recibía tantos insultos y ofensas por su culpa, renunciaron a seguir prostituyéndose; incluso, algunas de ellas se hicieron monjas, arrepentidas por sus actos. Lo que ocurría cuando el Piadoso venía a visitarlas, realmente tenían prohibido decirlo; la única que habló, dando a conocer que Vitaliano ni se les acercaba, verdaderamente fue poseída por el maligno, quedándose en dicho estado hasta la muerte de aquel humilde monje. San Vitaliano es el modelo del hombre que asume toda la condena del mundo, incluso por parte de la Iglesia, solamente para salvar esas almas que parecerían estar ya perdidas. Sólo después de su muerte se supo toda la verdad... Hasta entonces, todos aquellos que lo conocieron lo trataron bajo el prisma de las “noticias” que circulaban sobre él. El único que no cayó en la trampa de juzgarlo fue precisamente el Patriarca de Alejandría, Juan el Misericordioso, quien respondió a quienes ofendían a Vitaliano, utilizando estas palabras: «¡Dejad de insultar! Especialmente, dejad de ofender a los monjes. ¿Es que no sabéis lo que ocurrió durante el Primer Concilio de Nicea, con el feliz emperador Constantino, cuando varios obispos y clérigos le enviaron varias epístolas, insultándose mutuamente? Él, ordenando que le trajeran una candela encendida, tomó las cartas y las quemó sin abrirlas, diciendo: “Aunque con mis propios ojos hubiera visto a algún obispo, sacerdote o monje cometer pecado, le habría cubierto con mi manto, para que nadie más le viera errando.”».

¿Cuál es la moraleja? Lo más sano es no juzgar a nadie, por absolutamente nada, aunque veas con tus propios ojos la peor de las faltas. El Día del Juicio nos sorprenderemos enormemente, cuando muchas de las cosas que nosotros “sabemos” serán disipadas “como se desvanece el humo, como se derrite la cera ante el fuego”. Si así lo queremos, detrás de cualquier “noticia” podemos conocer no sólo una verdad, sino la Verdad Misma. Depende de lo que elijamos: ser hombres “informados” o profundizar, con el amor de Dios, en el puro conocimiento del otro con el corazón.