De tanta bondad, dejar de saber lo que es la maldad
Con una palabra buena, al malo puedes hacer bueno, y con una palabra mala, al bueno puedes hacerlo malo.
En alguna parte del Paterikón se nos habla de un monje, quien, debido a su inmensa bondad, había olvidado lo que era la maldad. No podía ser malo, porque era bueno. El que es realmente bueno, no puede ser malo. El que es realmente malo, no puede ser bueno sino ocasionalmente.
En el Paterikón se nos relata también cómo el Padre Macario apaciguó a una persona —involucrada en una suerte de creencia idólatra— quien, al pasar cerca de un discípulo de aquel, lo insultó y luego lo golpeó. Cuando el Anciano Macario se enteró y le habló tranquilamente, aquel individuo, el idólatra, se azoró completamente. De esto podemos extraer una interesante conclusión, una que todos deberíamos tener en mente: Con una buena palabra, al que es malo puedes hacerlo bueno y con una palabra mala, al que es bueno puedes hacerlo malo. Ciertamente, si tienes el cuidado de hablarle con bondad al que es malo, le dejarás sin motivos para demostrarte maldad. Con una buena palabra, al que es malo puedes hacer bueno. Con una palabra mala, al que es bueno puedes hacer malo. No obstante, con una palabra mala, hasta al que es bueno puedes hacer malo, cuando no es plenamente bueno, como sí lo era aquel sacerdote que mencioné, quien, por su gran bondad, desconocía lo que era la maldad.
(Traducido de: Arhimandrit Teofil Părăian, Cum putem deveni mai buni – Mijloace de îmbunătăţire sufletească, Editura Agaton, p. 135)