Palabras de espiritualidad

De un piadoso monje que cavó su propia tumba 40 días antes de morir

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Acordándose de que todos los nombres mencionados eran los de aquellos que habrían de morir, llamó a su discípulo Damasceno y le pidió que le ayudara a cavar su sepulcro, no muy lejos de la iglesia del monasterio. Desde entonces, todas las noches se le veía salir de su celda, para arrodillarse a leer su canon de oraciones junto a la fosa”.

Este piadosísimo padre tuvo un final tan prodigioso, como admirable fue también su vida. De acuerdo al testimonio del Santo Jerarca Calínico, la muerte del Venerable Pimeno fue así:

En 1831, el día del Santo Profeta Ezequiel, ofició la Liturgia y, sintiéndose muy cansado, se sentó un poco y se quedó dormido. En ese instante tuvo una visión, como que se hallaba en un campo muy hermoso, y en aquel lugar había una reina brillando como el sol, sentada en un trono. A su lado había dos ancianos muy luminosos, parecidos a San Nicolás y al stárets Jorge, sentados en sendos sitiales. En ese momento, el stárets Jorge se levantó y le dijo:

—¡Acércate, hijo Pimeno!

Y, viniendo a su encuentro, le puso una cruz en el pecho y le dio un pliego, a la vez que le decía:

—Luego de cuarenta días volverás aquí, acompañado por esos que son mencionados en este papel.

Después desató el pliego y leyó los nombres, el último de los cuales era el del stárets Calínico.

Entendiéndolo todo, el Venerable Pimeno se arrodilló ante la Reina y le dijo:

—¡Soberana de los ángeles y del mundo, por favor, que no muera el stárets Calínico, porque aún tiene cosas muy importantes por hacer...! ¡Pon otro nombre en su lugar!

Y así fue como se escribió otro nombre, el del esquema-monje Nectario.

Después de esto se despertó y, acordándose de que todos los nombres mencionados eran los de aquellos que habrían de morir, llamó a su discípulo Damasceno y le pidió que le ayudara a cavar su sepulcro, no muy lejos de la iglesia del monasterio. Desde entonces, todas las noches se le veía salir de su celda, para arrodillarse a leer su canon de oraciones junto a la fosa.

Cuando se cumplieron los cuarenta días, justo un día después de la conmemoración de la Decapitación de San Juan el Bautista, hallándose en la iglesia, el piadoso Pimeno se sintió indispuesto y, volviendo a su celda, envió al padre Damasceno a llamar al stárets Calínico. Este, al entrar, halló al venerable sacerdote sentado en su lecho. Después de saludarse, el padre Pimeno dijo:

—Hijo Calínico, no te enfades porque debo partir a Jerusalén, pero las oraciones de nuestro stárets Jorge estarán siempre contigo. Yo mismo, a pesar de que me estoy despidiendo con el cuerpo, con el espíritu estaré contigo, y las oraciones del stárets Jorge te fortalecerán en las aflicciones que tengas que enfrentar. Te suplico, amado hijo, que al morir me entierren en la fosa que cavé. ¡Y que puedas salvarte en el Señor!

Terminando de decir esto, inclinó un poco la cabeza y entregó su alma. Era el 30 de agosto de 1831. Luego, reuniéndose todos los monjes, se prepararon para el entierro y colocaron el cuerpo en el sepulcro señalado.

Al día siguiente, San Calínico escribió estas líneas:

«1831, agosto 30. Ha fallecido el padre Pimeno, hiero-esquema-monje, padre espiritual, hombre piadoso, a la edad de 55 o 60 años, miembro de nuestro monasterio desde hace 40, de familia conocida, de complexión media y tez morena, con barba poco abundante, casi toda blanca y corta.

Su final fue admirable, porque 40 días después de haber cavado su propia tumba —cuando se hallaba completamente sano—, el sábado 29 de agosto celebró la Divina Liturgia. El domingo 30 de agosto, cuando empezaban los oficios matinales, salió de la iglesia y envió a su discípulo a llamarme. Al llegar, me habló de algunas cosas espirituales y me anunció que le había llegado el momento de entregar el alma. Yo no le creí, y seguí conversando cordialmente con él. En un momento dado, hallándose él sentado sobre su lecho y con la espalda apoyada en la pared de la celda, me dijo estas palabras finales: “¡No se entristezca, padre!”, e inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

¡Que Dios le haga descansar y a nosotros nos perdone y nos conceda Su piedad!». (Calínico. Archimandrita. Stárets – Cernica)

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 345-346)