«Es natural que el hombre se deje crecer la barba, cuando ha rebasado los cuarenta o cincuenta años de edad y su cabello empieza a cubrirse de canas. Pero yo sigo viendo que hay muchos ancianos, incluso de más de ochenta años, que aún se afeitan la cara. ¿Es que quieren seguir siendo niños, hijos míos? ¿No les da vergüenza seguirse afeitando a esa edad?

¿Acaso Dios no sabía lo que hacía cuando nos dio la barba? Y, tal como es inadecuado y hasta impío que una mujer anciana se acicale y se maquille, también lo es que el varón se siga afeitando al llegar a la vejez. Cuando el trigo crece y se pone blanco, ¿qué significa? Que viene el momento de la siega. Lo mismo pasa con el hombre: ¿qué significa cuando su barba se llena de canas? Que se aproxima el momento de morir.

Pídanle perdón a Dios para que los ilumine, de manera que, dejándose la barba crecer, se acuerden también de renunciar a sus pecados.

Y ustedes, los más jóvenes, honren y respeten a los mayores. Y si sucede que haya uno de treinta años que se deje crecer la barba, y otro de sesenta o cien años que se siga afeitando, denle un mejor lugar y la preferencia al primero, tanto en la iglesia como en la mesa. Pero, atención: no estoy diciendo que la barba los llevará al Paraíso, sino sus buenas acciones, porque hasta las cabras tienen barba. Esmérense en ser humildes en su forma de vestir, equilibrados al comer y beber, y con buen discernimiento en todo lo demás».

(Traducido de: Viața și Învățăturile Cuviosului Mucenic Cosma Etolianul, Editura Deisis, 2001, p. 50)