Palabras de espiritualidad

Debemos buscar ser buenos hijos espirituales

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Especialmente en el ámbito de lo monacal, al hijo espiritual o discípulo se le dice también “obediente”. Se trata de una relación de dos, entre el stárets (padre espiritual) y su discípulo, quien le obedece.

Un joven le planteó esta trágica interrogante a San Siluano: “¿Por qué son tan pocos los buenos padres espirituales en la actualidad?”. Y San Siluano le dio una respuesta que seguramente el muchacho no entendió, como tampoco yo pude entenderla durante muchos años, pero, desde la perspectiva que hoy tengo, resulta mucho más fácil de asimilar. ¿Qué dijo San Siluano? “Porque no hay buenos hijos espirituales (discípulos)”. La respuesta de San Siluano es un juego de palabras. En ruso, “hijo espiritual”, especialmente en el marco de la vida monástica, se dice poslushnik, palabra que también significa “obediente”. Entonces, sobre todo en el ámbito de lo monacal, al hijo espiritual o discípulo se le dice también “obediente”. Se trata de una relación de dos, entre el stárets (padre espiritual) y su discípulo, quien le obedece. Dicho esto, ¿por qué ya no hay buenos stárets? Porque tampoco hay buenos “obedientes”.

El padre Sofronio también repetía una cita, creo que del libro de Ezequiel, que dice algo así: “Si el profeta de Dios es descubierto como un mentiroso, es porque Yo, el Señor Dios, he oscurecido a ese profeta”. Y este es el contexto de esas palabras: “Por la obcecación de Mi pueblo, porque ha buscado, con un corazón hipócrita y falso, la palabra de Dios, por medio de Mi profeta”. Es decir, Yo, el Señor Dios, oscurezco a Mi profeta, quien es grande, justo y verdadero, para que diga mentira. ¿Por qué? Porque Mi pueblo tiene un corazón falso.

Un buen día empecé a entender este misterio, así que corrí a buscar al padre Sofronio, y le dije: “¡Padre, en la relación entre stárets y discípulo es el hijo quien engendra al padre!”. El padre Sofronio soltó una alegre carcajada, y me dijo: “¡Exactamente, el hijo es quien engendra al padre!”. Es decir que si tú, el “obediente”, el discípulo, vienes con oración y con un corazón sincero, y quieres aprender, aunque yo sea Judas y mañana traicione a Cristo, hoy seré tu padre espiritual. Para nosotros, esto es tanto un estímulo como algo estremecedor, porque debemos ser capaces de alzarnos al nivel de tanta grandeza, la de este sobrecogedor misterio.

(Traducido de: Ieromonahul Rafail Noica, Cultura Duhului, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2002, pp. 50-51)