Del alma que se aparta de Dios
Algunas almas, arrastradas por esta avalancha de pensamientos errados, pero deseosas de mostrarse como buenas personas, deciden: “Seré honrado, justo y humano, sin importarme si hay Alguien sobre mí, Alguien que me observa todo el tiempo, me impone determinados deberes y me pedirá cuentas de lo que hago”. ¿Y qué sucede? Que se privan de la bendición de Dios.
“El impío cae por su impiedad” (Proverbios 11, 5). La impiedad es un vínculo incorrecto con Dios, o la absoluta apatía hacia Él, de donde proviene también la incredulidad en Su existencia y en el cuidado que Él prodiga a Su creación.
Algunas almas, arrastradas por esta avalancha de pensamientos errados, pero deseosas de mostrarse como buenas personas, deciden: “Seré honrado, justo y humano, sin importarme si hay Alguien sobre mí, Alguien que me observa todo el tiempo, me impone determinados deberes y me pedirá cuentas de lo que hago”. ¿Y qué sucede? Que se privan de la bendición de Dios, a Quien no buscan, y, así, sus acciones no fructifican. Su conciencia les recuerda cada día sus injusticias, sus actos ignominiosos o su falta de humanidad. Solamente ante los hombres logran parecer íntegros, justificándose con la destreza de su lenguaje y la distorsión de los hechos; sin embargo, quien tiene recta la conciencia, no tiene por qué justificarse. Aquellos que no están atentos a sí mismos también pasan por alto este desajuste interior; únicamente los más lúcidos se ocupan de ello, de alguna manera.
¡Oh, si al menos alguno de ellos intentara corregir esa anomalía! ¡Si tan solo indagara de dónde viene y cómo enmendarla! Podría enmendarse también a sí mismo, y se ocuparía de llevar a otros al buen camino.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Traducere din limba rusă de Adrian și Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, 2011, p. 24)