Palabras de espiritualidad

Del amor verdadero: el amor a Dios y al prójimo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Cuando anhelas servirle a tu semejante y buscas la forma de transmitirle lo que sabes, con tal de ayudarle, esto es ya el amor al prójimo.

«Cuando empieza a arder este amor, hijo mío bien amado, pasamos al segundo mandamiento de Dios. Si dices que amas a Dios, es que también debes amar a tu hermano como a ti mismo.

Escucha lo que dice el Señor: cuando anhelas servirle a tu semejante y buscas la forma de transmitirle lo que sabes, con tal de ayudarle, esto es ya el amor al prójimo. Entonces estás amando a tu hermano como a ti mismo.

Y eso que me cuentas que te provoca gozo y satisfacción en el corazón es el amor de Dios, que empieza a obrar en tu alma.

Si oras sin cesar y ayudas a tus hermanos más pequeños, encenderás el fuego del amor de Dios en tu alma. Y, mientras más anheles y corras para ayudar a otro, más te abrirá Dios la fuente del amor para darte de beber.

Cuando oigas al Apóstol Pablo decir: “¿Quién nos apartará del amor?”, no es Pablo quien habla, sino el mismo Amor que le habla al Amor. Por eso, “Quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él, porque Dios es amor”. Y este amor arde, pero no quema. Estás sediento, pero tu sed no se apaga. Tu corazón está encendido de amor, gritando: “¿En dónde estás, dulce amor mío, Jesús mío, Luz de mi vida?”. Y este amor arde tanto, que hace que cese cualquier sentido.

Hijo mío, no pidas nada más que amor: “¡Hazme digno, Señor, de amarte tanto como me amas Tú!”.

Ahora me detengo y dejo de escribirte, hijo, porque estoy cansado, Mi respiración es trabajosa, como sabes. Te mando otra carta, transcrita por el padre Efrén. En esos días no podía ni escribir. Ahora, gracias a Dios, puedo sostener nuevamente la pluma. Ahora, gracias a Dios, puedo escribir nuevamente.

Hijo mío, permanece siempre atento a los herejes. En donde vives hay demasiadas nacionalidades juntas, demasiados idiomas distintos... Evita hablar con ellos, para que tu alma no se oscurezca con sus blasfemias. No olvides que la Iglesia Ortodoxa los mantiene a distancia».

(Traducido de: Gheron Iosif, Mărturii din viața monahală, Editura Bizantină, București, p. 328)