Del incienso en los oficios litúrgicos
Nosotros, siendo indignos, no queremos entender en qué consiste la eternidad y nuestra propia felicidad, y preferimos vivir ajenos a ese llamado, inmersos en toda clase de pasiones, en la dejadez y la indiferencia.
El sacerdote incensa ante los íconos y los fieles, como símbolo de la Gracia del Espíritu Santo, mismo que perfeccionó y aromatizó a los santos, que también aparta de nosotros la pestilencia del pecado y mora en la fragancia de las virtudes: la mansedumbre, la candidez, la paciencia, la templanza, la sabiduría, la caridad, la fe y la esperanza. El sacerdote incensa los íconos y también a los presentes, simbolizando la unión de todos en el Espíritu Santo. ¡De qué forma honró el Señor a la humanidad, haciéndose un hombre como nosotros y deificando nuestra naturaleza, alzándola más allá de todas las legiones celestiales y situándola en el trono de la Divinidad! ¡Con qué agradable aroma llenó toda la tierra al encarnarse, a pesar de ser un mundo lleno del hedor de la iniquidad y de la inmundicia del pecado!
Con todo, nosotros, siendo indignos, no queremos entender en qué consiste la eternidad y nuestra propia felicidad, y preferimos vivir ajenos a ese llamado, inmersos en toda clase de pasiones, en la dejadez y la indiferencia.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Liturghia – cerul pe pământ, Editura Deisis, Sibiu, 2002, p. 244)