Palabras de espiritualidad

Dios acepta nuestro arrepentimiento en cualquier momento

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Dichoso aquel que conozca su propia enfermedad espiritual. Porque este conocimiento es el cimiento, la raíz y el principio de toda virtud.

La conciencia de nuestra pecaminosidad es el primero estado de la contrición. “Aquel que ha pecado entiende que ha obrado mal ante el Señor, se arrepiente y no vuelve a cometer de nuevo ese pecado”. Ciertamente, la conciencia de nuestras caídas precede al arrepentimiento, y esta situación constituye la más grande oportunidad de atraer la misericordia divina. Por eso, también el profeta David le dice a Dios: “Ten piedad de mí, Señor, porque conozco bien mi falta”. Así, con la conciencia de nuestro pecado atraemos la piedad de Dios.

El Señor está dispuesto a aceptar nuestra contrición en cualquier momento. La conciencia de su pecaminosidad le abrió a María de Egipto la puerta de la Iglesia de la Resurrección e inauguró el camino de su propia resurrección espiritual. Este milagroso “despertar” es descrito así por el tropario: “Oh, Venerable María, en un principio el aroma del pecado que portabas te impedía ver los santísimos misterios; sin embargo, iluminada por Dios, tu sentimiento y la conciencia de tus faltas te llevaron a volver a las cosas excelsas”.

La conciencia de nuestros pecados obra nuestro regreso a la Casa paterna. Este senntimiento es fundamental en nuestra vida espiritual, de una forma tal que los Santos Padres dicen: “La contrición es cuando el hombre conoce sus propios pecados”. Igual de importante en el camino de la contrición es que el hombre sienta la nimiedad de sus fuerzas espirituales. El Señor dijo: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Juan 15, 5). Por eso, de acuerdo al abbá Isaac, “Dichoso aquel que conozca su propia enfermedad espiritual. Porque este conocimiento es el cimiento, la raíz y el principio de toda virtud.

A continuación la misericordia de Dios viene sobre el hombre y este empieza su viaje al Padre que es Bueno y amante de la humanidad.

(Traducido de: Arhimandritul Grigorie, Pocăinţa Fiului şi iubirea Tatălui, Editura Cartea Ortodox, 2011, p. 44)