Dios no necesita nuestras virtudes. Él nos da todo
Lo digo por experiencia: todo lo que tengo, de la Gracia es. “Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores” (Salmos 126, 1).
Acordémonos del profeta Eliseo. Se quitó el manto y golpeó las aguas del río, pero no las separó en dos, como lo había hecho Elías, porque todo lo que hacía, lo hacía sin humildad, con egoísmo. Posteriormente, humillándose y viendo que por sí mismo no podía hacer nada, pidió el auxilio de su preceptor, el profeta Elías, y recibió el don. Las aguas se separaron y se hizo un camino para que pudiera pasar (IV Reyes 2, 8-15).
Luego, se necesita de una gran perseverancia, porque la humildad más perfecta no se puede adquirir sino por medio de la constancia y la lucha. Es fruto de la Gracia. Lo digo por experiencia: todo lo que tengo, de la Gracia es. “Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores” (Salmos 126, 1). Cristo nos da todo.
Seamos humildes en cada cosa que hagamos: en nuestro pensamiento, nuestras palabras, nuestros actos. No nos presentemos ante Dios diciendo: “Soy un virtuoso”. ¡Él no neccsita nuestra virtud! Presentémonos ante el Señor como lo que somos, unos pecadores, pero sin caer en la desesperanza, sino “implorando la fuerza de Su piedad”. Basta con conocer el secreto.
(Traducido de: Ne vorbește Părintele Porfirie – Viața și cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumenița, 2003, pp. 258-259)