Dios no necesita que seamos virtuosos, sino humildes
Lo digo por experiencia: todo lo que tengo, lo he recibido de la gracia. Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen (Salmos 126, 1). Él lo da todo.
Acuéndense del profeta Eliseo. Tomando el manto, golpeó las aguas del río, pero no consiguió separarlas, como lo hiciera Elías. ¿Por qué no pudo separarlas? Porque hacía todo sin humildad, con egoísmo. Luego, cuando se hizo humilde y vio que él solo no podía hacer nada, pidió con humildad la ayuda de su mentor, el profeta Elías, y sólo así recibió la gracia. Las aguas se separaron, dejando un camino libre para que él pasara (2 Reyes 2, 6-14).
Desde luego, se necesita también de un poco de esfuerzo, pero la humildad más alta no puede adquirirse solamente con esfuerzo y lucha. Es también un don de la gracia. Lo digo por experiencia: todo lo que tengo, lo he recibido de la gracia. Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los que la construyen (Salmos 126, 1). Él lo da todo.
Seamos, pues, humildes en todo: con nuestra mente, con nuestras palabras, con nuestra conducta. No nos presentemos jamás ante Dios, diciendo: “Tengo virtudes”. Él no necesita que seamos virtuosos. Presentémonos, más bien, ante Él como pecadores, pero sin desesperanza, sino “clamando por Su misericordia”. Este es el secreto.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 258-259)