Tanto la fe como la cultura ennoblecen al hombre. Una cultura auténtica coadyuva a la fe. La fe salva, es decir, ennoblece, porque la salvación significa también un ennoblecimiento. Lo mismo pasa con la cultura: haciendo evidentes ciertos valores extraordinarios, esos valores obran en el hombre, dignificándolo, honrándolo. Sin embargo, es importante saber elegir lo que nos puede ayudar.

Por ejemplo, quiero mencionar a dos sacerdotes que también fueron escritores: el primero de ellos es el padre Gala Galaction (cuyo nombre real era Grigore Pișculescu, N. del T.). De él se dice (porque fue ordenado cuando tenía unos cuarenta años de edad) que, de cierta forma, había sido sacerdote incluso antes de ser ordenado. ¿Por qué? Porque escribía como un sacerdote. Por eso se decía que, de hecho, después de escribir como un sacerdote, se hizo sacerdote. Y siguió escribiendo bellamente, siempre sobre cosas edificantes para el alma.

También está el caso del padre Ion Agârbiceanu, quien desde muy joven empezó a escribir cosas maravillosas, y también lo siguió haciendo después de ser ordenado.

Pero no solamente los sacerdotes escritores tienen esa capacidad de escribir cosas hermosas. Hay un sinfín de ejemplos de escritores laicos que nos legaron obras de gran valor. Así pues, mientras más conocemos las cosas realmente importantes, más podemos apropiarnos de ellas. Yo mismo soy una persona que ama la cultura. Podría decir que hay dos cosas que me han ayudado mucho en esta vida: la fe en Dios y la cultura. ¡Y, desde luego, recomiendo las dos cosas! Pero no las recomiendo separadas una de la otra, sino juntas: la fe en Dios y la cultura. Eso sí, hay que evitar la “cultura” que no es tal, la falsa cultura, es decir, esa que, en vez de edificar, destruye.

(Traducido de: Duhovnici români în dialog cu tinerii, Editura Bizantină, București, p. 88)