Palabras de espiritualidad

Para hacernos dignos de recibirlo a Él…

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Dios viene y llama a la puerta de nuestro corazón endurecido y atormentado por las aflicciones; Él no nos rechaza, no dice que no nos lo merecemos. 

Nuestro Señor Jesucristo no vino a juzgarnos, sino a perdonarnos y sanarnos. Dios viene y llama a la puerta de nuestro corazón endurecido y atormentado por las aflicciones; Él no nos rechaza, no dice que no nos lo merecemos. 

Al mismo tiempo, el Santo Apóstol Pablo nos recomienda examinarnos para saber si somos dignos. ¿En qué consiste ese merecimiento? Es renunciar a nuestra debilidad y pedir ser dignos de Él. Esto es lo que nos enseñan las oraciones antes de la Santa Comunión: “¡Hazme digno, Señor, hazme merecedor!”. Ese merecimiento, como la ascesis, el arte cristiano de alcanzar la santidad y de llegar a la deificación, es obra de Dios.

El propósito de nuestra existencia es alcanzar esa felicidad que nadie podría quitarnos, aunque nos crucifiquen, aunque seamos condenados, aunque nos golpeen. El Señor dijo: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre” (Lucas 6, 22). ¿Cómo es posible? Lo es porque mi alegría no radica en lo que me hagan quienes me rodean, sino en el don de Dios. Y, entonces, para hacerme digno de ese don, tengo que abrirme a Él y dejarlo actuar en mí.

(Traducido de: Părintele Ioan de la Rarău, Duhul lumesc, Editura Panaghia, 2008, p. 240)