¡Edifiquen en el corazón del niño el amor por la naturaleza!
Aún desde la edad más frágil, debemos rodear al niño sólo de cosas bellas. Debe aprender a ver la belleza de las flores, de los árboles, de las mariposas que revolotean por todas partes.
El niño debe aprender a amar el trino de las aves, la campiña bañada por el sol, los colores del amanecer y del ocaso... Debe aprender a observar toda la belleza que lo rodea. Es bueno llevarlo frecuentemente al bosque, en donde podemos cantar y correr libremente (porque los niños seguimos siéndolo siempre), eso sí, sin hacer demasiado alboroto.
En ninguna otra parte Dios es más glorificado, como en las laderas de los Alpes. Algunas veces, visitando algún bosquecillo, siento que allí, como en una iglesia, podríamos oficiar las vigilias o incluso la Divina Liturgia.
Desde hace ya varias décadas se ha encarnizado la lucha contra la naturaleza, en contra de lo que queda del pasado. Puede que sea una batalla perdida, y por eso recientemente se ha comenzado a hablar de ecología y de la necesidad de salvar el medio ambiente.
Educar a nuestros hijos en el sentimiento de amor por la naturaleza, en el arte de ver la belleza que hay en ella, salvará ulteriormente a la humanidad de muchas manifestaciones patológicas que han surgido en el mismo arte. Esta educación debe comenzar lo antes posible. Ciertamente, aún desde la edad más frágil debemos rodear al niño sólo de cosas bellas. Debe aprender a ver la belleza de las flores, de los árboles, de las mariposas que revolotean por todas partes. Ese sentimiento de percibir la belleza de la naturaleza debe ser erigido desde los primeros meses de vida, y no debe permitirse que desaparezca, sino que debemos desarrollado con todos los medios que tengamos a nuestro alcance.
(Traducido de: Pr. Prof. Gleb Kaleda, Biserica din casă, traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sophia, București, 2006, pp. 119)