El acompañamiento espiritual para el alma que está por partir a la eternidad
Al sacerdote únicamente se le pide amor, nada más que amor.
Actualmente, es casi imposible confesar al fiel que está por morir. Además, raras veces se llama al sacerdote para que acuda a confesar al moribundo en su lecho de dolor. Usualmente se le llama para que imparta la Santa Comunión a los enfermos, pero no a los moribundos.
A pesar de todo eso, el sacerdote tiene el deber de visitar con regularidad a los enfermos y a quienes padecen de algún sufrimiento grave. A veces ocurre que el enfermo es una persona joven, quien por unos días deviene en hijo espiritual del sacerdote. Y, en ese último período de su vida, el sacerdote le ayuda a acercarse a Dios. Si el enfermo está consciente, la labor del sacerdote se facilita. Se trata de un alma que ha renunciado ya a cualquier vínculo con las preocupaciones terrenales, con las pasiones y con el pecado. Lo único que le importa es salvarse. Y su esperanza está puesta únicamente en Dios. Por eso es que el sacerdote consigue entablar un profundo y sincero contacto con ella. Así, puede explicarle con sencillez lo más esencial. Debe exhortarle a confesarse. En muchos casos, el individuo sufre tratando de recordar sus pecados más graves, para limpiar sin más demoras su conciencia. Para él ya no existe la vergüenza al revelar sus faltas.
Para un sacerdote joven, tales casos son de gran ayuda, porque se aprende mucho de ellos. Al sacerdote únicamente se le pide amor, nada más que amor. La experiencia espiritual es necesaria solamente en una pequeña medida, porque el problema es mucho más simple. No puedes tratar al moribundo con una fría severidad, condenándolo o dictándole un duro sermón. En esos casos, lo único que se necesita es tener compasión.
(Traducido de: Protoiereul Vladimir Vorobiev, Duhovnicul și ucenicul, Editura Sophia, București, 2009, pp. 103-105)