Palabras de espiritualidad

El amor conyugal no representa un impedimento para alcanzar la santidad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El carácter de santidad del matrimonio, definido en las epístolas apostólicas, comprende también las relaciones íntimas entre los esposos, quienes se complementan recíprocamente y se aman: “Y los dos se harán un sólo cuerpo”.

El carácter de santidad del matrimonio, definido en las epístolas apostólicas, comprende también las relaciones íntimas entre los esposos, quienes se complementan recíprocamente y se aman: “Y los dos se harán un sólo cuerpo”. Este momento, talvez el más santo en la vida de los esposos, puede alcanzar la cima de la santidad, si representa el final y el símbolo de su cercanía espiritual y física. Y esto constituye una etapa aparte en las relaciones entre ellos. Algunas veces podemos observar cómo los ojos de los jóvenes cónyuges se iluminan con un nuevo modo de amor y felicidad. Y deben agradecerle a Dios por ese don tan maravilloso, recordando siempre que “todo es bueno y Dios los creó varón y mujer(canon 51 de las Reglas Apostólicas).

En la Iglesia primitiva existía una costumbre muy particular: la primera semana de casados los jóvenes esposos vivían como hermanos, portando las coronas recibidas en la boda. Tal práctica tenía un objetivo especial: hacer que las nupcias fueran honorables, predominando el espíritu de oración, para solidificar la confianza recíproca entre los nuevos cónyuges. Luego de ocho días, después de entregar aquellas coronas, podían ya empezar otra forma de relación. Todo esto facilitaba la comprensión de las etapas del acercamiento entre esposos y la conciencia misma de su amor.

Actualmente, las coronas son devueltas inmediatamente al terminar la boda, pero después de ser pronunciadas las oraciones especiales dispuestas para tal efecto. De igual forma, los novios son dispensados de abstenerse durante la primera semana.

Las relaciones entre esposos requieren mucha paciencia y ternura, tacto y comprensión. La esposa debe recibir, con alegría, cada nuevo descubrimiento en la persona de su esposo y el amor que éste siente por ella; todo, sin implicar ninguna forma de brusquedad.

Un lapso de por lo menos de dos o tres días —si no una semana— de castidad, es una garantía de la pureza de la unión. Este período permitirá conocer el sentido profundo del Sacramento del Matrimonio y alcanzar la conciencia de estar viviendo una nueva etapa en la vida de los ahora esposos.

(Traducido de: Pr. Prof. Gleb KaledaBiserica din casă, Editura Sophia, București, 2006, p. 204)