El amor en el seno de la familia cristiana
El centro de la vida y del mundo, el centro de nuestra existencia, la fuente del amor y de la vida es Dios. En una relación donde Dios está presente, las parejas sienten con alegría el milagro del amor que nace y pervive en su vínculo.
En toda relación debe haber una “válvula de seguridad”. Un colchón que absorba las riñas de los dos yoes “inmaduros”, para que la relación pueda pervivir. Es, de hecho, el amor común de los dos “yo” —no en lo que respecta a los bienes materiales y/o a las personas humanas, quienes solamente pueden ofrecer una ayuda limitada y muchas veces crean problemas—, sino en las cosas que les unifican y que brotan del amor divino.
Tal como las tres Personas de la Santísima Trinidad son Una al mismo tiempo, permaneciendo indivisibles, así también, en una relación de matrimonio, los cónyuges se vuelven un solo cuerpo cuando se encuentran en el fuego del amor de Dios. Son uno en Dios, pero también entre sí. Y al mismo tiempo siguen siendo personalidades distintas que ponen al servicio del otro lo mejor que tienen, con la libertad de su amor. En el ciclo de la vida somos dos líneas que, mientras más se acercan a su centro, es decir, a Dios, más estrecha se vuelve la distancia entre ambas, más se acercan. Al contrario, mientras más nos apartamos del centro, más extraños nos hacemos el uno frente al otro. El centro de la vida y del mundo, el centro de nuestra existencia, la fuente del amor y de la vida es Dios. En una relación donde Dios está presente, las parejas sienten con alegría el milagro del amor que nace y pervive en su vínculo. A cada instante logran armonizar sus seres en la frecuencia del amor.