El amor a la Madre del Señor como virtud del monje
Una monja muy piadosa, oraba así a la Santísima Virgen María: “¡Oh, Madre del Señor, demuéstrame que eres mi madre!”. Y, en un momento dado, escuchó que la Virgen le respondía: “¡Demuéstrame que eres mi hija!”.
¿Cuál es la virtud más decisiva de los novicios, con la cual podrían vencer las tentaciones y las pasiones interiores y exteriores?
—Desde el principio, Dios creó al hombre con esta fuerte y discutida cualidad: el libre albedrío. Esto es lo que se nos pide primero: querer vencer las tentaciones. Y, poniéndonos en acción, no tardará en venir la Gracia.
Si oramos intensamente a Dios, si lo buscamos y nos esforzamos con denuedo, la Gracia no nos faltará. He aquí el primer misterio, el más constante, de nuestra victoria. La Gracia es de naturaleza divina, una “energía no-creada”, dice San Gregorio Palamás.
Desde los primeros pasos de la vida monacal, que rebosa de misterios y de hermosísimos significados, el novicio debe enmendar su corazón y hacerse de una notable devoción, dirigida y llena de esperanza en la Madre del Señor. Después, todo el tiempo, con el corazón pleno de júbilio, debe reconocerse como un amoroso y humilde hijo de la Madre del Señor, y ella le demostrará abundantemente cuánto le alegra ser su Madre.
Una monja muy piadosa, oraba así a la Santísima Virgen María: “¡Oh, Madre del Señor, demuéstrame que eres mi madre!”. Y, en un momento dado, escuchó que la Virgen le respondía: “¡Demuéstrame que eres mi hija!”.
(Traducido de: Ne vorbește Părintele Arsenie, ed. a 2-a, vol. 1, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 40)