El amor que sana todas las almas
Su oración podría parecernos extraña y audaz, pero es ella la que sostiene la vida en la tierra.
El amor nunca muere. Aunque se participa a muchos, no disminuye. El anciano Epifanio decía: “El amor verdadero se asemeja a la llama de una vela. Por muchas otras velas que se enciendan de ella, la llama de la primera permanece íntegra y no se reduce en absoluto. Y cada nueva vela tiene la misma llama que las anteriores”.
Cuando la Gracia actúa en el alma de quien ora, el Amor de Dios lo sobrecoge, y no puede sino soportar lo que experimenta. Este amor se vuelve entonces hacia el mundo y hacia los hombres, a quienes ama tanto, que pide tomar para sí todas las desgracias y sufrimientos humanos con tal de aliviar a los demás.
En general, este amor se compadece de todas las tentaciones y pruebas, incluso de las de los seres irracionales, hasta el punto de llorar al pensar que ellos también sufren. Estas son las características del amor que genera y suscita la oración. Por eso los grandes hombres de oración no dejaban de interceder por el mundo. Su oración podría parecernos extraña y audaz, pero es ella la que sostiene la vida en la tierra.
Si ellos desaparecieran, sería el fin del mundo.
(Traducido de: IPS Andrei Andreicuț, Mai putem trăi frumos? Pledoarie pentru o viață morală curată, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 39)
