El arma más antigua del maligno: la mentira
El que es fiel a la Palabra de Dios no se permite algo así, sino que sabe refrenar sus pasiones, oponiéndose a las embestidas del enemigo (Santiago 4, 7), trabajando, guiado por el Evangelio, en contra del auto-engaño y apaciguando las pasiones.
El engaño es eso que los siervos de la mentira consideran verdad.
Dios redimió al hombre. Al hombre redimido se le concedió la libertad de someterse a Dios o al demonio, y para que esta libertad se evidenciara como algo sin imposiciones, al demonio se le dejó un camino libre hacia el hombre. Obviamente, el demonio hace todo lo posible por acercarse al hombre y someterlo. Para esto utiliza su arma más antigua: la mentira. Se afana en embaucarnos y engañarnos, valiéndose de nuestro propio estado de falsedad; a nuestras pasiones, esas enfermizas influencias, él las pone en movimiento; a sus palabras de perdición él las reviste con un atuendo agradable, tratando de llevarnos a la satisfacción de las pasiones.
El que es fiel a la Palabra de Dios no se permite algo así, sino que sabe refrenar sus pasiones, oponiéndose a las embestidas del enemigo (Santiago 4, 7), trabajando, guiado por el Evangelio, en contra del auto-engaño y apaciguando las pasiones. Así, destruyendo poco a poco la influencia de los espíritus malignos sobre su ser, el hombre sale, gradualmente, del estado de engaño al territorio de la verdad y la libertad (Juan 8, 32), a cuya plenitud nos lleva la presencia de la Gracia Divina.
Por el contrario, el que no es fiel a la enseñanza de Cristo, y sigue lo que le dicta su propio saber y entendimiento, se somete al maligno, y pasa del estado de auto-engaño a uno de ilusión diabólica, perdiendo lo poco de libertad que tenía y llegando a someterse por completo al demonio.
(Traducido de: Sf. Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, trad. din lb. rusă Cristea Florentina, editura Egumenița, 2010, pp 10-11.)