El cambio de año tendría que servir también como exhortación para renovar nuestra vida espiritual
“¡Año nuevo, dicha nueva!”, nos saludamos mutuamente en estos días. Pero ¿acaso alguien se ha puesto a pensar en cómo será este año que viene, y qué de nuevo habrá en él? ¿En qué se diferenciará, por ejemplo, el día de hoy al de ayer, o al primer día del año pasado? ¿Y cómo saber que no nos espera la misma rotación de días y noches, el mismo cambio de meses y temporadas del año, como antes?
«Lo que fue, eso mismo será; y lo que se hizo, eso mismo se hará; no hay nada nuevo bajo el sol. Si hay una cosa de la que dicen: “Mira, esto es nuevo”, esa cosa existió ya en los siglos que nos precedieron». (Eclesiastés 1, 9-10).
Entonces, ¿nuestros saludos y felicitaciones no tienen ningún valor? Es imposible que una costumbre tan general y tan consagrada por su antigüedad no tenga un propósito, y aún más, un propósito profundo. Tiene que ser algo verdaderamente nuevo, en lo cual, a pesar de lo antiguo que nos rodea, crea el alma, lo busque y lo espere con confianza, y cuya aparición esté lista para saludar, por las novedades que pudiera traer, en cualquier aspecto.
¿Qué puede ser eso?
«Será un cielo nuevo y una tierra nueva», dice el Señor (Apocalipsis 21, 1). Precisamente por eso, nosotros, los fieles, «según Su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva» (II Pedro 3, 13). ¡Esta es la primera novedad verdadera!
Y se nos revelará en toda su gloria solamente después del fin del mundo, cuando todo será purificado por el fuego. Pero la preparación para esto empezó desde los primeros días de la creación de los cielos y la tierra, y sigue trabajándose desde entonces (desde luego, de una forma invisible para nuestros ojos terrenales, pero visible para la vista de la fe). Los poderes renovadores puestos en el crisol del fluir temporal de las criaturas son tan activos y tan fervientes, que, el Apóstol, pensando en ellos, proclamó: «lo viejo ya pasó, y ha aparecido lo nuevo» (II Corintios 5, 17), y, abrazando con la mirada de la mente a toda criatura, que había gustado desde los comienzos la renovación, escuchó su misma lamentación por el hecho de que aún no viene el tiempo en el cual habrá de abadonar el atuendo de ahora, de lo vetusto y lo corrupto, y se vestirá con uno nuevo, lleno de vida luminosa y refulgente. […]
Tenemos que renovarnos a nosotros mismos, y la sed de lo nuevo se saciará todo el tiempo, con una vida nueva, espiritual, en Cristo Jesús. La vida en Cristo es siempre nueva por esencia, y la novedad, morando en nosotros perpetuamente, saciará la sed de lo nuevo. ¡Que el Señor nos haga dignos de todo esto! ¡No podría desear nada mejor para el año que está empezando!
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Răspunsuri la întrebări ale intelectualilor, volumul II, Editura Cartea Ortodoxă, 2007, pp. 159-161)