El cristiano verdadero es aquel que practica la humildad
Hay pocos en este mundo capaces de ser obedientes. Nuestra humildad es proporcional a nuestra obediencia.
La humildad es una virtud divina, es la perfección de la vida cristiana, misma que se alcanza por el camino de la obediencia. El que no practica la obediencia, no puede ni ganar, ni alcanzar la humildad. Hay pocos en este mundo capaces de ser obedientes. Nuestra humildad es proporcional a nuestra obediencia.
En un contexto meramente “físico”, la humildad exterior se alcanza más fácilmente que la humildad de mente, porque esta última es un don especial de Dios. San Simeón dice: “Tal es la forma de ser del sabio, que no hay nada en este mundo que pueda alterarlo”. Pase lo que pase, él sigue siendo humilde con su mente, y esto es ya una forma de perfección, de una verdadera virtud divina.
También el orgullo tiene sus propios niveles, al igual que la humildad. El orgullo en la forma de vida puede sanarse con facilidad, en tanto que una mente soberbia es casi imposible de recuperar. No hay manera de hacerle a entender a la persona que no se halla en el buen camino. En tanto que la primera forma de orgullo sí se puede sanar, porque puede que el hombre pase de rico a pobre en un abrir y cerrar de ojos, y así, quiera o no, tiene que hacerse humilde.
(Traducido de: Starețul Tadei de la Mănăstirea Vitovnița, Pace și bucurie în Duhul Sfânt, Editura Predania, București, 2010, pp. 159-160)