El cristiano debe orar por todos los demás, de la misma forma en que ora por sí mismo, para que el Señor los bendiga en esta vida y en la fe, otorgándoles sabiduría espiritual y librándolos del pecado y las pasiones.

¿Por qué? Por amor cristiano, ese que ve en todos los cristianos sus propios miembros y los de Cristo-Dios, Salvador nuestro y de todos; ese amor que desea para los demás lo que para sí mismo, y que se esfuerza en hacer por todos lo que hace por sí mismo.

Por esta razón es que tenemos íconos en nuestros hogares y los veneramos, porque sabemos que los ojos de nuestro Señor Dios y los de todos los moradores celestiales están siempre dirigidos hacia nosotros y “ven” no solamente nuestros actos, sino también nuestras palabras, pensamientos y deseos.

(Traducido de. Sfântul Ioan de Kronstadt, Viața mea în Hristos, Editura Sophia, București, 2005, p. 348)