Conocer a Cristo y amarlo
Cristo es noble. Se mantiene afuera de la puerta de nuestra alma y llama con delicadeza. Si le abrimos, entrará y nos dará todo
Cristo permanece en el portal de nuestro corazón y llama para que le abramos, pero no entra a la fuerza. No quiere coaccionar la libertad que Él Mismo le dio al hombre. Lo dice en el Apocalipsis. “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Cristo es noble. Se mantiene afuera de la puerta de nuestra alma y llama con delicadeza. Si le abrimos, entrará y nos dará todo, se nos entregará a Sí Mismo, en misterio, sin ruido.
A Cristo no lo podemos conocer si Él no nos conoce. No puedo explicar este punto con claridad, porque son cosas insondables. Veamos lo que dice el Apóstol Pablo: “Ahora que conocéis a Dios, o, mejor dicho, que sois conocidos por Dios…” (Gálatas 4, 9). Ni siquiera lo podemos amar si antes Él no nos ama. Para que pueda amarnos, debe hallar en nosotros algo especial. Quieres, pides, te esmeras, oras, pero no recibes nada… Te preparas para alcanzar lo que quiere Cristo, para que venga a tu interior la Gracia, pero esta no puede entrar cuando no hay lo que el hombre debe tener. ¿Qué cosa? La humildad. Si no tenemos humildad, no podemos amar a Cristo. La humildad y el desprecio de uno mismo, en favor de la adoración de Dios. “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha” (Mateo 6, 3).
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 186-187)