Palabras de espiritualidad

El dolor, el mejor medicamento para el alma indiferente

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Dios conforma, por medio del dolor y, especialmente, de la enfermedad, el plan de salvación para el alma que se le ha alejado.

Una de las verdades incontestables de la experiencia nos dicta que el dolor y el sufrimiento son el medicamento esencial para el enfermo de pecado y, al mismo tiempo, el mejor pedagogo para el enaltecimiento espiritual del alma cuya belleza fuera manchada por el pecado y la oscuridad moral, por causa los malos hábitos. El dolor es el horticultor experimentado que, de un olivo salvaje —de un alma pecadora—, es capaz de hacer brotar un olivo bueno y sano.

El pecado petrifica el alma del hombre, lo vuelve insensible, lo atrofia... porque le falta Dios, Quien sufre y siente compasión por la humanidad. Dios, “Quien vino a buscar y a salvar al que estaba perdido”, ¿cómo obra? Él conforma, por medio del dolor y, especialmente, de la enfermedad, el plan de salvación para el alma que se le ha alejado. Así, algunas veces verás cómo un joven lleno de fuerza y vigor, envaneciéndose por sus capacidades, tiende a olvidarse de su alma y de Dios, hasta que, repentinamente, el dolor viene y lo derriba. Y, entonces, como un médico experimentado y diestro, el dolor provoca un cambio, una transformación. Primero tranquiliza el corazón, arrancando poco a poco su irreflexividad, hasta ablandar completamente el alma. Aquella persona, que antes tenía el alma dura como una piedra, se vuelve maleable y equilibrada en sus sentimientos. Así, empieza a compadecerse de sus semejantes, sobre todo de los enfermos, aconsejándolos y demostrándoles que ha dejado de ser el indiferente de antes.

(Traducido de: Avva Efrem Filotheitul, Sfaturi duhovniceşti, traducere Părintele Victor Manolache, Ed. Egumeniţa, Alexandria, 2012, p. 13)