El espejo de la santidad que nos muestra cómo somos
Ni todos los cánticos, ni todos los akatistos, ni todos los pueblos de Oriente y Occidente son capaces de exaltarla como se merece.
Ella es el ejemplo de vida más resplandeciente en una mujer, en un ser humano. Nadie ha conseguido superar aún su alma, purísima y santa. Vivió en este mundo hace unos dos mil años. Ni todos los cánticos, ni todos los akatistos, ni todos los pueblos de Oriente y Occidente son capaces de exaltarla como se merece.
Ella es, en pocas palabras, el “Trono de Dios” y la “Alegría de Dios”. No nos queda más que contemplarla con admiración, alegría y profunda humildad, en su ícono santo y puro, sosteniendo en brazos al Todopoderoso, y llorar de gozo y contrición. Ella puede muchas cosas, ante su Hijo, por nosotros. Por eso es que no debemos olvidarla nunca. Ella es la amada madre de todos.
(Traducido de: Diacon Gheorghe Băbuț, Maica Domnului, ocrotitoarea României, Editura Pelerinul Român, Oradea, 1992, p. 7)