El hálito vital que nos da la oración
Si el amanecer despierta, ilumina y da vida a la creación, lo mismo ocurre cuando Cristo, el Sol de la Verdad, amanece, con la ayuda de la oración, en la mente y el corazón del hombre.
La oración es respiración. Cuando el hombre respira, es que vive, y esto es algo que le acompaña durante toda su vida. Cuando el hombre ora, empieza a enmendar su vida entera, teniendo a su padre espiritual como guía. Si el amanecer despierta, ilumina y da vida a la creación, lo mismo ocurre cuando Cristo, el Sol de la Verdad, amanece, con la ayuda de la oración, en la mente y el corazón del hombre, dándole a este la vida verdadera y despertándolo para que haga las cosas de la luz y del día que no tiene ocaso.
Así, hermanos, “¡respiremos a Cristo sin cesar!”, tal como solía decir San Antonio el Grande, uno de los más grandes ascetas. Por su parte, el Apóstol de los Pueblos aconseja, exhorta y ordena a todos los cristianos de todas partes y de cualquier tiempo que “oren incesantemente” (I Tesalonicenses 5, 17). Los Santos Padres nos enseñan que “sin cesar” significa que no haya un límite para la oración. Así pues, en tiempos de paz no seas indiferente, sino que acostúmbrate a orar permanentemente; enmiéndate, prepárate para la guerra. Llénate de valor. No temas a las tentaciones. Todos sufrimos cambios, pero la paciencia y la perseverancia son necesarias en la lucha. El hombre que es justo, aunque caiga mil veces al día, se levanta nuevamente y para él esto es ya una gran victoria. Esto es la oración: una contrición perenne, un llamado constante a la misericordia divina.
(Traducido de: Comori duhovniceşti din Sfântul Munte Athos – Culese din scrisorile şi omiliile Avvei Efrem, Editura Bunavestire, 2001, p. 334)