¡Permanezcamos fieles al Espíritu Santo! Él es Santísimo y Purísimo. Por eso, Él mora solamente en los que son puros y santos, y ama solamente a los que son humildes y demuestran su humildad no exteriormente, sino sometiendo sus mentes al Evangelio y a la Iglesia. Por el contrario, el Espíritu Santo se aparta de aquellos que siguen únicamente los dictados de su propia razón, quienes se alejan de la unidad de la Iglesia por causa de no sé qué pensamiento que les lisonjea la mente y el corazón. El Espíritu Santo se aparta de ellos, y quien se les acerca es el turbio espíritu del engaño. “Un solo pensamiento puede arrojarte al infierno”, decía uno de los Santos Padres.

Los sombríos hijos de este mundo piensan con demasiada ligereza sobre las cosas de Dios; según ellos, no importa lo que pienses de Dios. ¡Pobres de ellos! No saben qué importantes son nuestros pensamientos sobre Dios, ni cuánta trascendencia tiene el hecho de que ellos estén revestidos con la Verdad y el Espíritu. Del trabajo conjunto entre el Espíritu y la Verdad se origina la resurrección del hombre a la salvación, que radica en la comunión entre la naturaleza humana y la naturaleza divina. Por el contrario, el astuto y oscuro espíritu del engaño se esconde detrás de cada pensamiento falso. El padre de la mentira es el demonio, como dice el Evangelio; la mentira es uno de sus rasgos principales. Quien tenga pensamientos de engaño, estará asumiendo los rasgos del mismísimo demonio, estropeando toda unión con Dios. El hombre que es ajeno a Dios, es ajeno a la salvación y a la vida espiritual.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 196-197)