Palabras de espiritualidad

El hombre es perfectamente libre de aturdirse con lo que quiera

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Nuestra voluntad, nuestra testarudez, nuestro vicio, el pecado, son ofuscaciones más fuertes y peores que el vino. ¡Pero yo, que me dejo llevar por ellas, me muestro reservado cuando se trata de la manifestación del Espíritu Santo en mi propia vida! Si no nos iusionamos con Nuestro Salvador, lo haremos inexorablemebte con el maligno y con sus muchas artimañas y destrezas. El hombre es perfectamente libre de aturdirse con lo que quiera. Actualmente, así como Ustedes saben bien, el hombre se aturde con el dinero, con su propio cuerpo, con la vanagloria, con bebidas alcohólicas y narcóticos. Incluso para nuestros propios cristianos, la búsqueda y el alcanzar el Espíritu Santo constituye algo olvidado, desconocido, abstracto, imposible de cumplir y hasta fantástico. Algo sobre lo cual hablan mucho más a menudo los herejes, como los pentecostales.

Obteniendo el Espíritu Santo (V)

El que es morada del Espíritu Santo, vive dentro de sí el felicísimo Reino de los Cielos, tiene un fuerte sentido de su propio fin, conoce bien lo efímero de la vida presente y su propia faz da testimonio de su vivencia a los demás, haciéndose, así, testigo del Reino de Dios. Testigo no es sólo el que da testimonio, el que señala, sino el que lucha, el que agoniza, el que combate con paciencia los poderes del mal, minuciosa e incesantemente. El hombre es influenciado, perturbado y atraído por el maligno, sin llegar a entender alguna vez con suficiencia ésto. El astuto se entromete en él, lo perturba y atrae también a los demás con maldad y ardid. Algunas veces, por supuesto, puede ser también educado, lleno de bondad y buena fe, convincente y fuerte. Pero al final deja su rastro de turbación. El astuto, con la experiencia que ha acumulado durante miles de años luchando con el hombre, encuentra víctimas obedientes, por cuyo medio ataca también a otros, de diversas maneras. Es necesaria mucha atención. Viene, por ejemplo, un cierto señor muy normal y te dice, con palabras muy agradables: “Bendito hermano, ¿por qué vas tan seguido a la Iglesia? No es necesario. Dios está por todos lados. ¿En qué parte de las Sagradas Escrituras dice que tenemos que ir a tantas iglesias? Haz tus oraciones en casa, Dios te escucha sin importar dónde te hallas. No es necesario, por tanto, asistir frecuentemente a la Iglesia”. Que no te quede duda que esta persona está siendo instrumento del maligno. Y es que no hace falta mucho para caer de la luz en la oscuridad.

Entonces, amados míos, ¿estamos dando testimonio, con nuestra vida y actos, que somos “hijos de la luz y del día”? ¿Acaso estamos dejando de poner a Dios en el centro de nuestros corazones? ¿Es que se nos ha ocurrido que el Espíritu Santo nos va a someter y que ya no podremos hacer lo que queramos con nuestra vida? Realmente me temo que algo así pueda estar sucediendo. No es un miedo de perder totalmente nuestra independencia; usualmente concluimos que la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida nos va a a limitar, nos va a marginalizar y nos va a aislar. Deducimos también que los Apóstoles estaban ebrios el día de Pentecostés. Nos da miedo que la gente nos diga que también nosotros estamos ebrios. Sí, es una dulce, suave, hermosa y extraordinaria embriaguez la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. ¿Por qué nos da tanto miedo, entonces, y no nos asustamos de la terrible borrachera del orgullo, de la vanagloria, del amor a la riqueza, del amor al placer, del amor a uno mismo?

Nuestra voluntad, nuestra testarudez, nuestro vicio, el pecado, son ofuscaciones más fuertes y peores que el vino. ¡Pero yo, que me dejo llevar por ellas, me muestro reservado cuando se trata de la manifestación del Espíritu Santo en mi propia vida! Si no nos ilusionamos con Nuestro Salvador, lo haremos inexorablemebte con el maligno y con sus muchas artimañas y destrezas. El hombre es perfectamente libre de aturdirse con lo que quiera. Actualmente, así como Ustedes saben bien, el hombre se aturde con el dinero, con su propio cuerpo, con la vanagloria, con bebidas alcohólicas y narcóticos. Incluso para nuestros propios cristianos, la búsqueda y el alcanzar el Espíritu Santo constituye algo olvidado, desconocido, abstracto, imposible de cumplir y hasta fantástico. Algo sobre lo cual hablan mucho más a menudo los herejes, como los pentecostales.

Nuestra alma pertenece a Dios, pero el pecado le pertenece al maligno. Si el alma se entrega libremente a Dios y vive de acuerdo a los divinos mandamientos, entonces la vida se vuelve un Paraíso desde este mismo momento. Pero si, a pesar de todo, el hombre se entrega al pecado, entonces le tocará gustar de un anticipo de los tormentos del infierno. El pecado es algo provocado por el maligno, con la intención de matarnos el alma. El alma se despoja de las ligaduras del pecado solamente por medio del arrepentimiento. ya que el pecador se convierte, de una manera u otra, en un anti-dios y un heomah [1]. De acuerdo a San Justin Povovich, a través del amor al pecado, el hombre es llevado al suicidio espiritual, ya que el pecado mata al hombre. En tal estado es imposible que el hombre sienta la presencia del Espíritu Santo en su vida. Sólo con una fe fuerte en Cristo, Dador de vida, y por medio del arrepentimiento sincero, se puede reencontrar la vitalidad de la gracia del Espíritu Santo y llenar nuestra vida de gracia y alegría.

(Traducido de: Moise Aghioritul, Pathoktonia[Omorârea patimilor], Ed. Εν πλω, Atena, 2011)

[1] Es decir, uno que lucha en contra de Dios.

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