El inconmensurable don del silencio
Una vida en silencio es de gran utilidad; la palabra, si se le pronuncia con fuerza, puede llegar a ofender. Pero, si la palabra y la vida se encuentran, conforman el ícono de toda la filosofía.
¿Qué podemos hacer para dominar nuestra lengua y obtener el don del silencio?
¡En verdad, qué cosa tan terrible es no saber controlar la lengua! Como dicen los santos, ¡qué caídas tan duras nos provoca nuestra propia lengua! Hablar mucho es más vacuidad que provecho, a la vez que murmurar es un gran peligro en esta vida, pero también en la otra. ¡Se dice que la mayoría de condenados al infierno son esos que matan con sus murmuraciones y difamaciones! Debes amar, hermano, a tu hermano. ¿Acaso no es ese el mandamiento más grande del Señor? Él nos dio ese mandamiento como la coronación de todas Sus enseñanzas, como el único camino a la salvación —el amor—, ¡y después aceptó el de la imborrable y desgarradora Gólgota! Luego, debemos entender la responsabilidad que tenemos en esta vida, que es el único tiempo del que disponemos para poner un cerrojo en nuestra lengua y purificar nuestro corazón de toda maldad. San Gregorio el Teólogo dice: “Daremos cuentas por cada palabra que digamos de más, especialmente si se trata de palabras vergonzosas y, aún más, si se trata de esas palabras que matan”. Es importante leer el capítulo dedicado a las bondades del silencio en el Paterikon. San Isidro de Pelusa dice: “Hablar con provecho es una bendición, y si se le acompaña de nuestras acciones, es algo aún más bendecido. Ciertamente, una vida en silencio es de gran utilidad; la palabra, si se le pronuncia con fuerza, puede llegar a ofender. Pero, si la palabra y la vida se encuentran, conforman el ícono de toda la filosofía”. Encierra al Señor en tu corazón y permanece allí con toda tu atención, sin intentar salir. Entonces notarás cualquier partícula de polvo que flote en el aire. Así es como empieza la enseñanza mística. Esta es como un espejo para tu mente y un cirio para tu conciencia. Esta enseñanza seca el desenfreno, ahoga la furia, aparta la ira, disipa la tristeza, aniquila la insolencia, destruye la desesperanza, ilumina la mente y aleja la pereza, haciéndote verdaderamente humilde, hasta tener una mente libre de toda adulación. Además, hiere a los demonios y te purifica, haciéndote extraño a cualquier inmundicia. Piensa siempre: “¿A dónde iré...? No soy sino como un gusano...”. Esto y otras cosas atinentes al recuerdo de nuestra propia muerte y la eternidad, pertenece a la enseñanza mística.
(Traducido de: Arhimandrit Arsenie Papacioc, Ne vorbește Părintele Arsenie Papacioc, Editura Mănăstirii Sihăstria)