Palabras de espiritualidad

El llamado que Cristo nos hace constantemente

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Elegir la “justa medida” es situarnos en el camino del equilibrio, la sabiduría, el buen juicio.

Sin duda, no es fácil alcanzar la bondad recomendada por el Señor, cuando alguien nos ofende. Teóricamente nos declaramos de acuerdo con Su enseñanza, pero cuando se trata de aplicarla, repentinamente descubrimos que esto es casi imposible de realizar.

Nuestro primer impulso, cuando alguien nos hace el mal, es devolvérselo con lo mismo. Y pecamos. Nuestro Señor nos pide que nos esforcemos en renunciar a tales actitudes. Precisamente por eso fue que vino al mundo, para guiarnos y ayudarnos a sobrepasarnos a nosotros mismos. Ciertamente, se trata de una tarea casi sobrehumana, pero es que hemos sido llamados a ser perfectos (Mateo 5, 48).

El mismo Dios, a Quien Moisés empezaba a descubrir, le llama a la perfección: Sean santos para Mí (Levítico 20, 26).

El llamado a la perfección y a la santidad no es fácil de cumplir. Es mucho más sencilla mediocridad. Hay quienes confunden la mediocridad con la “justa medida”, recomendada por los santos practicantes de las virtudes cristianas. Pero son cosas completamente distintas.

La “justa medida” consiste en evitar los excesos que podrían terminar dañándonos. Por ejemplo, evitar el ayuno en demasía, que podría enfermar nuestro cuerpo y nuestra alma también, por causa del orgullo. Otro exceso pernicioso es la anulación total del ayuno, que lleva a la gula y la pereza, daniños para el cuerpo y el alma. Elegir la “justa medida” es situarnos en el camino del equilibrio, la sabiduría, el buen juicio.

La inclinación natural de todos los individuos es a querer más, lo mejor, lo más bello. Pero la inclinación a la perfección no es un artificio del Señor, una recomendación carente de realismo. Verifiquémoslo, pues, con el recurso más inmediato.

Cuando el niño asiste por primera vez a la escuela, el maestro deviene, para él, en el hombre más grande del mndo. Si le preguntas qué quiere ser de mayor, te responderá: “maestro”. Cuando, tiempo después, vea y conozca, por medio del televisor, artistas y jugadores de fútbol, deseará convertirse en uno de ellos. Pero no de cualquier manera. Preguntado “¿como quién quieres ser?”, dirá los nombres de los mejores, los más premiados. En ningún caso querrá parecerse a los más débiles.

Luego, ¿cómo podría ser inadecuado el llamado a ser pefectos, “así como perfecto es el Padre de los Cielos”? ¡Estamos hablando del nivel del Altísimo!

(Traducido de: Mitropolit Antonie PlămădealăTâlcuiri noi la texte vechi, Editura Sophia, București, 2011)