Tanto respetó el Señor Jesucristo la humildad de la Virgen María, que no hizo nada para hacerla evidente y así forzar a la humanidad a verla en su grandeza, sino que dispuso, respetando su humildad, que Ella fuera enterrada como cualquier otra persona. Y, luego de ser colocada en la sepultura —así lo creemos, como lo hace también la tradición de la Iglesia— el Señor la resucitó y elevó su cuerpo a los cielos. Esta es nuestra fe. Les decía que es un misterio que no podemos entender, pero que recibimos, porque los misterios se aceptan, no se comprenden.

Todo esto nos sirve de ejemplo para llevar una vida en pureza, una vida santa, evidenciando sólo lo espiritual y no lo material de cada persona.

(Traducido de: Arhimandrit Teofil Părăian, Maica Domnului – Raiul de taină al Ortodoxiei, Editura Eikon, 2003, pp. 113-114)