Palabras de espiritualidad

El misterio de la palabra recibida y el misterio de la persona

    • Foto: Tudor Zaporojanu

      Foto: Tudor Zaporojanu

¡Pecador de mí, no le pido a Dios que me conceda tener visiones! Una gran visión es ver a un hombre puro y humilde. En verdad, ¿qué otra visión puede ser más excelsa, que ver al Dios que no se ve, en un hombre que puedes ver, que es un templo de Dios?”.

La Rhema (se hace una diferencia entre Rhema y Logos. El Logos es la “Palabra de Dios”, Jesucristo; Rhema es la Palabra revelada de Dios, a veces llamada “una palabra de la Palabra”. Tomemos el ejemplo que aparece en Mateo 4, 4: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra (rhema) que sale de la boca de Dios”) —la palabra carismática del stárets, esperada por el discípulo—– es, por una parte, una palabra que obra místicamente, porque su acción consiste en el crecimiento del discípulo en el espíritu mismo del Padre; por otra parte, es una palabra mística. ¿Por qué? Porque cada discípulo es distinto a los demás. Cada uno es un misterio insondable, indefinible, cada uno se renueva sin cesar, cada uno es diferente al otro. Por eso, también la palabra del abbá será diferente para cada discípulo en particular, aún en circunstancias o ante inquietudes aparentemente semejantes. La palabra del abbá es una palabra que toma en cuenta el misterio de la persona.

El abbá Pimeno le preguntó al abbá José, del Desierto de Panefo: “¿Qué debo hacer cuando me acechen las tentaciones? ¿Debo oponerme o dejarlas entrar?”. Y el anciano José respondió: “¡Déjalas entrar y luego lucha con ellas!” (Paterikon).

Volviendo al Desierto de Sketia, el abbá Pimeno siguió el consejo del anciano. Sin embargo, al poco tiempo vino un monje de Tebaida —otro lugar de retiro para los ascetas—, quien le relató su propio diálogo con el abbá José de Panefo: “Le pregunté al abbá Jose: Si se me acerca alguna pasión, ¿debo oponérmele o dejarla entrar? Y él me respondió: ¡De ninguna manera la dejes entrar, sino que debes cortarla inmediatamente!”.

Confundido por lo que acaba de escuchar, el abbá Pimeno salió a buscar al anciano José, pidiéndole que le aclarara este punto: “Abbá, cuando vine te confié mis pensamientos, pero resulta que a mí me respondiste una cosa, y otra al de Tebaida”. El anciano respondió: “¿Acaso no sabes que te amo? ¿No me pediste que te dijera lo que haría yo mismo?”. Y el abbá Pimeno dijo: “Así es”. Entonces el anciano José le explicó por qué le dio una respuesta distinta a la del de Tebaida: “Si dejas que entren las pasiones y luchas con ellas, te harás cada vez más experimentado; todo esto te lo dije como hablando conmigo mismo. Pero hay otros a los que no les resulta de provecho ni siquiera dejar que se les acerquen la pasiones, y es mejor que las rechacen en el acto”.

La palabra del stárets puede ser entendida y ejecutada solamente por aquel a quien le fue dada, razón por la cual no debe ser comentada con otros, ni comparada, como vemos en el distinto consejo que cada uno recibió. Tal como el stárets guarda el secreto de la inquietud de su discípulo, así también el discípulo debe guardar el misterio de la palabra recibida, y entender que esa palabra, por su mismo provecho, puede herir al otro, inutilizando el consejo místico del Anciano.

No se trata de ninguna apreciación subjetiva, parcial, del padre, sino de una evaluación matizada de distintas posibilidades, de medidas distintas, pero también de los diferentes estadios en los que se encuentran en determinado momento los discípulos.

No es casualidad que los Padres exhorten a sus discípulos a entender la profundidad e importancia del misterio de la persona humana, llamada a obrar la semejanza con Dios.

Un hermano le pidió a San Pacomio (286-346): “Cuéntanos, Padre, lo que ves en tus visiones...”. Este le respondió: “¡Pecador de mí, no le pido a Dios que me conceda tener visiones! Una gran visión es ver a un hombre puro y humilde. En verdad, ¿qué otra visión puede ser más excelsa, que ver al Dios que no se ve, en un hombre que puedes ver, que es un templo de Dios?”.

(Traducido de: Arhimandritul Nichifor Horia, Duhovnicia Patericului, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 88-91)