El misterio que hay en nuestro ser
Nosotros, los cristianos, estamos llamados a irradiar la paz divina, ampliando la atmófera de los cielos, que es la paz y la alegría de los ángeles. Pocos son los que entienden que los hombres debemos ser fuente de bien, paz y serenidad.
Somos seres prodigiosos y todo el tiempo nos asombra la cantidad de misterios que nos rodean, impenetrables para nosotros. Todo lo que hemos entendido hasta hoy en día es realmente ínfimo.
Somos un gran misterio, especialmente para nosotros mismos. ¿Qué somos? Pensamos en esto, pero nos quedamos sin respuesta. Nadie nos preguntó cuándo nacer y nadie nos preguntará cuándo tendremos que morir. Nuestra vida es breve, muy breve. Pero aun para esta vida tan corta se nos concedieron distintas posibilidades para crecer en el bien. ¡Volvamos, pues, al Bien perfecto! Solamente entonces se ensanchará nuestro horizonte y las cosas se aclararán: por qué y para qué existe este mundo. Entenderemos, entonces, que siempre estamos incumpliendo la ley. Porque a cada instante perturbamos el amor, la paz y la alegría. Y si nos unimos con la Fuente de la Vida, todo se aclara. Nosotros, los cristianos, estamos llamados a irradiar la paz divina, ampliando la atmófera de los cielos, que es la paz y la alegría de los ángeles. Pocos son los que entienden que los hombres debemos ser fuente de bien, paz y serenidad.
Con las oraciones de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, Dios nos salvará y nos librará de grandes tribulaciones. Si nos uniéramos en nuestra forma de pensar, adquiriríamos un gran poder y nadie podría hacernos frente. Sería, así, una fuerza divina unida.
(Traducido de: Starețul Tadei de la Mănăstirea Vitovnița, Pace și bucurie în Duhul Sfânt, Editura Predania, București, 2010, p. 91)