El orgullo y sus consecuencias ocultas en el alma
Para Dios es más importante nuestra humildad que el esfuerzo de nuestra oración.
Una vez, alguien le preguntó al padre Paisos:
—¿Cómo es posible, Padre, no envanecerme, cuando veo que me vienen sólo pensamientos elevados y mis colegas me admiran?
—La inteligencia, hermano, viene de arriba, de Dios. Nuestro es sólo eso que el cerebro saca a través de la nariz.
Le preguntó otro:
—¿Por qué cuando oro para librarme de algún vicio o por algún conocido mío, Dios me escucha algunas veces, pero otras no, a pesar de mi esfuerzo en la oración?
—Para Dios es más importante nuestra humildad que el esfuerzo de nuestra oración. Si estamos llenos de orgullo, pecado que nos lleva a muchas caídas, y le pedimos a Dios que los libre de ellas, pero no del orgullo mismo, y Dios nos atiende y nos libra sólo de esas faltas, ¿cuál sería el provecho? Por eso es que nuestro Buen Dios a veces no nos escucha, porque esas caídas nos ayudan a hacernos humildes. Así las cosas, cuando Dios no nos libra de nuestros vicios y pasiones, es que padecemos también de orgullo, y tendremos que pedirle a Él que nos sane, en primer lugar, de este terrible pecado. Sólo así desaparecerán también aquellas otras caídas.
(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 159-160)