Palabras de espiritualidad

El pecado destruye al hombre, en tanto que la Gracia le sana

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Mi consejo para las personas es el siguiente: arrepiéntanse y confiésense, para arrebatarle toda prerrogativa al demonio y poder librarse de su dominio”.

El padre Paisos de Athos nos enseña: “El arrepentimiento y la Confesión son las dos cosas que más necesitamos en estos días. Mi consejo para las personas es el siguiente: arrepiéntanse y confiésense, para arrebatarle toda prerrogativa al demonio y poder librarse de su dominio. Sin embargo, para que las personas entiendan esto y se arrepientan, necesitan una sacudida... Aún no se dan cuenta de que es con el arrepentimiento que el hombre puede cambiar la decisión de Dios. El hecho de que el hombre tenga tanto poder no es una broma. ¿Haces el mal? El Señor te retribuirá después. Pero, si dices: ¡He pecado, Señor!, Él transformará Su ira en piedad, y te bendecirá”.

El arrepentimiento que brota de un corazón puro, con toda espontaneidad, cambia lo que estaba mal y modifica lo pasado, sólo que, esta vez, en el plano interior. Cuando nos damos cuenta de la fuerza asesina del pecado y su impureza, cuando el rubor y la esperanza nos llenan el alma, nuestro corazón se llena de la Gracia Divina. Esto nos libra de la esclavitud del demonio, nos rompe las cadenas del pecado y borra todas sus marcas. La Gracia hace que nuestras acciones aparezcan ante Dios “como si nunca hubieran existido”.

El pecado destruye al hombre, en tanto que la Gracia le sana. Si nuestra enfermedad o la de alguien más es fruto de la infracción de la ley de Dios, cuando se disipen tales causas espirituales, desaparecerán también sus consecuencias físicas (Marcos 2, 3-12). “Con el arrepentimiento te puedes librar de las enfermedades que te mortifican”, decía San Barsanufio el Grande.

Pero no es obligatorio que la contrición traiga la sanación completa. En primer lugar, porque esto no siempre entra en los planes de Dios, y en segundo lugar, porque nuestra fe y arrojo son débiles. ¿Quién de nosotros escuchará las palabras del Señor dirigidas a la mujer que sufría de flujo de sangre: [...] “Tu fe te ha salvado” (Marcos 5, 34)?

Solamente que, buscando la contrición auténtica, la Divina Providencia puede mitigar las manifestaciones clínicas de la enfermedad: puede atenuar los síntomas, suavizar las crisis, calmar el dolor, eliminar las complicaciones aparecidas o posibles, apartar los efectos secundarios de los medicamentos, etc. El Señor sostiene a los fieles en su actividad, aunque parezca imposible lo que ocurre. Él fortalece la paciencia y da fuerzas para sobrellevar las cargas, apartando la pequeñez de alma y el pánico, y ayudando a la acción y orientación en la vida.

(Traducido de: Konstantin V. Zorin, Genele și cele șapte păcate capitale, Editura Sophia, Bucureşti, pp. 199-200)