Palabras de espiritualidad

El propósito de la vida del hombre

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Dios sufre por Su criatura y quiere volver a llevar al hombre al estado de poder ser nuevamente un verdadero sacerdote, profeta y rey.

El propósito de nuestra vida, como bien sabemos, es nuestra unión con Dios. La Santa Escritura dice que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, para que se pareciera a Dios, es decir, para que se uniera con Él. La semejanza del hombre con Dios es llamada por los Santos Padres deificación. ¿Han visto qué elevado es el propósito de la vida del hombre? No sólo se trata de que se vuelva una mejor persona, más moral, más justa, sino dios, por medio de la Gracia. Porque, uniéndose con Dios, el hombre se vuelve también un dios, por la Gracia. Entonces, ¿qué diferencia hay entre nuestro Creador y el hombre deificado? La diferencia consiste en que Él es Dios por esencia, en tanto que nosotros nos volvemos dioses por medio de la Gracia, aunque por esencia, por naturaleza, sigamos siendo hombres. Cuando el hombre se une con Dios por medio de la Gracia, adquiere la experiencia del don divino y siente a Dios. ¿Cómo podría ser posible la unión con Dios, si no sentimos Su Gracia? Los primeros humanos que fueron creados, en el Paraíso, antes de caer, hablaban con Dios, sintiendo Su Gracia. Dios creó al hombre para que fuera sacerdote, profeta y rey. Sacerdote, para que entendiera su existencia como un don de Dios y para que se entregara a los demás, agradeciéndole y alabándolo a Él. Profeta, para conocer los misterios de Dios. En el Antigo Testamento, los profetas eran quienes veían y hablaban en nombre de Dios sobre Sus misterios y voluntad. Rey, para dominar sobre la creación material y sobre sí mismo, para utilizar la naturaleza no como un tirano, sino con nobleza. No para abusar de lo creado, sino para usarlo con gatitud. Actualmente, el hombre ha dejado de utilizar racionalmente la naturaleza, para explotarla de forma egoísta e insensata, provocando la destrucción de los recursos naturales y, en consecuencia, de sí mismo. Si el hombre no hubiera pecado y si no hubiera reemplazado el amor y la obediencia a Dios con el egoísmo, entonces no se habría separado de Dios, habría sido rey, sacerdote y profeta. Pero, Dios sufre por Su criatura y quiere volver a llevar al hombre al estado de poder ser nuevamente un verdadero sacerdote, profeta y rey. Para que pueda otra vez tener la experiencia de Dios y unírsele a Él. Por eso, en la historia del Antiguo Testamento vemos cómo Dios prepara, poco a poco, la salvación de los hombres con la venida de Su Hijo Unigénito. Así, les concedió, a unos pocos justos del Antiguo Testamento, carismas semejantes con los que tenía el hombre antes de su caída, como el de la profecía. En el Antiguo Testamento encontramos hombres como el profeta Elías, el profeta Isaías y el profeta Moisés, quienes recibieron el carisma de profetizar y vieron la gloria de Dios. Este es un carisma que no estuvo activo durante todas sus vidas, porque Dios se los concedió con un propósito determinado y en circunstancias exactas. Es decir, cada vez que Dios quiso que estos hombres santos anunciaran la venida de Cristo al mundo o quisieran revelar Su voluntad, les dio el poder de recibir algunas revelaciones y tener determinadas experiencias.

(Traducido de: Arhimandritul Gheorghios, Scrieri antonite pe teme contemporane, Editura Sfântul Nectarie, p.5)