El rencor y sus devastadores efectos para el alma
He conocido casos como el de una mujer que no oraba jamás, porque no quería perdonar a quienes la habían ofendido.
En cierta ocasión, el Señor dijo: ‟Si al llevar tu ofrenda al altar te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24). Los antiguos judíos le presentaban a Dios algunos animales cual ofrenda; actualmente, la ofrenda que presentamos en el altar es, ante todo, nuestra oración. Y, como dice el Señor, si te acuerdas de que tienes algo en contra de tu hermano, si te ofendió o no quiere perdonarte por alguna falta que cometiste en contra suya, vete, no te atrevas a empezar a orar; deja tu ofrenda y corre a reconciliarte con él. Sin embargo, he conocido casos como el de una mujer que no oraba jamás, porque no quería perdonar a quienes la habían ofendido. Para ella, era preferible renunciar a orar antes que perdonar y reconciliarse. ¿No es esto una muestra de la gravedad del pecado del rencor y la enemistad? En verdad, se trata de un pecado mortal, que nos aparta de Dios, ¡y qué grande es la ira de Dios para con esos que no perdonan a sus semejantes!
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La porțile Postului Mare, Editura Biserica Ortodoxă, Bucureşti, 2004, p. 48)