No es posible amar sin sufrir. El dolor más grande consiste en amar hasta el final. Cristo amó tanto, que se entregó a una muerte terrible. Lo mismo en el caso de los santos. El Cielo y el infierno piden siempre ese precio. La oración por el mundo es el fruto de un sufrimiento profundo y vivo.

Seguir a Cristo en el camino al Gólgota. Este ascenso no es más que la lucha que Cristo libró en Su inmenso amor por el mundo entero. Cuando la lucha tiene lugar solamente en el marco del mundo y las pasiones, el hombre termina agotado y envejece rápidamente. En cambio, cuando los sufrimientos provienen de la lucha contra las pasiones en el Espíritu de Cristo, el hombre renace.

No hay nada más doloroso que tener el amor de Cristo en este mundo. Es una lucha de dimensiones cósmicas.

¿Cómo dirigirnos a Dios? Cuando buscamos ese único propósito, todo lo demás deviene en causa de sufrimiento y dolor. Y tenemos que cargar esa cruz en silencio.

Esta es la paradoja de la vida cristiana: eligiendo el sufrimiento de Cristo por el mundo, tenemos el sentimiento de estar más cerca de Él y de la vida eterna.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Din viață și din Duh, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2014, p. 23)