El “yo” que se refleja en el otro
Cuando tenemos una carga afectiva muy grande respecto a algún defecto o debilidad de nuestro semejante, se trata de una proyección.
Cuando alguien hable mal de ti, asume que es cierto lo que dice. Cuando, por el contrario, hable bien de ti, sopesa cuánto de lo que dice es cierto y cuánto no. Pero, ante todo, glorifica siempre a Dios
Nuestro semejante es como nuestro espejo, aunque no debemos tomar esta afirmación como algo absoluto. Todos somos subjetivos, con todo y nuestros defectos, y somos como espejos cóncavos o convexos en los cuales nos vemos deformados, más anchos, más largos… Tengamos amigos, pero amigos de esos que te dicen cómo te ves desde fuera, y después pasemos por el filtro del discernimeinto sus palabras, conservando lo que nos sea de utilidad.
Pero, atención: lo que yo veo mal en el otro, eso es lo malo que hay en mí. Esto no significa, por ejemplo, que, si veo a alguien robando una billetera, es que también yo soy un carterista. ¡No! Pero si digo: “¡Miserables ladrones! ¡Cómo me gustaría cogerlos por el cuello!”, si siento repulsión o una fuerte carga sentimental de animadversión, o es que no hace mucho también yo robaba, o que me gustaría haber sido el que se llevó aquella billetera.
Cuando tenemos una carga afectiva muy grande respecto a algún defecto o debilidad de nuestro semejante, se trata de una proyección. Si sentimos admiración, también es una proyección, porque también proyectamos cosas buenas, esas cosas maravillosas en nosotros que no nos atrevemos a evidenciar o a ponerlas en acción, y las proyectamos en alguien más, como nuestro confesor o la madre Siluana. Pero nada de eso nos atraería, si no subyaciera en alguna parte de nuestro interior… ¡Estemos atentos!
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Deschide Cerul cu lucrul mărunt, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 152-153)