¡Eleva tu mente hacia Dios, en donde quiera que estés!
Sea que estés en tu casa, caminando, en tu cuarto, trabajando, ocupado en las tareas del campo... en donde quiera que estés, eleva tu mente hacia Dios. ¡Y háblale como puedas, pero hazlo siempre!
La oración es la madre y reina de todas las buenas obras, porque trae a nuestra alma el amor a Dios y al prójimo. Ella une y sujeta la persona a Dios, haciéndola un espíritu con Él. Toda oración es buena, si la pronuncias con temor de Dios y dedicándole tu atención.
Sea que estés en tu casa, caminando, en tu cuarto, trabajando, haciendo tareas de campo... en donde quiera que estés, eleva tu mente hacia Dios. ¡Y háblale como puedas, pero hazlo siempre! Porque al que reza constantemente, su misma oración se le convierte en el más grande mentor de cómo debe orar.
Cuando salgamos a trabajar, tengamos siempre a Cristo en nuestra mente. Igualmente, cuando regresemos de trabajar y cuando nos dirijamos a descansar. Y cuando nos levantemos, que nuestro primer sentimiento, nuestras primeras palabras sean: “¡Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti!”. “Oh, Rey celestial, Consolador, Espíritu de la Verdad...” y las que siguen (en las oraciones introductorias).
(Traducido de: Arhimandrit Cleopa Ilie, Îndrumări duhovniceşti pentru vremelnicie şi veşnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 236)