¡En Él vivimos, nos movemos y existimos!
Con la oración y el sosiego basta para entender, porque nunca encontrarás palabras para expresarte. Porque, insisto, las palabras son débiles y limitadas.
Madre, a los incrédulos usted les pregunta: “¿No sientes que hay un Dios ni que existe el alma?”. Y, cuando ellos responden: “¿Qué es el alma?”, usted les dice: “No puedo darte una definición. Es algo distinto al cuerpo, como un soplo de viento, un hálito divino...”. Y ellos ya no saben qué más decir...
—Remítelos al Evangelio donde dice: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”. Esto significa que lo más valioso que tiene el hombre es su alma. O, como dijo un cristiano de la India, cuando le preguntaron si alguna vez había visto a Dios,“Sí, lo he visto”. “Pero ¿cómo lo pudiste ver? Queremos que nos lo expliques”. Entonces, él preguntó: “¿Te has visto alguna vez los ojos”. “¡Sí, en el espejo!”, respondió el otro. “No con un espejo... ¿Te los has visto tú mismo?”, insistió el cristiano. “No... ¡¿Cómo podría vérmelos, si es con ellos que yo veo?!”. “¡Lo mismo sucede con Dios! ¡¿Cómo podrías verlo, si es en Él que vives?!”.
¡Qué bellas palabras! ¿No? ¿Qué más puedo decir? Es imposible seguir con la lógica, porque también esta tiene sus límites. Pero con la oración y el sosiego basta para entender, porque nunca encontrarás palabras para expresarte. Porque, insisto, las palabras son débiles y limitadas.