El muy venerable Pimeno el Grande relataba que un monje, inducido por su propio celo, tuvo que enfrentar la siguiente tentación: vio a otro monje yaciendo con una mujer. Durante un buen tiempo, estuvo luchando con la idea de detener a quienes así pecaban y, finalmente, vencido por ese impulso, se les acercó y los golpeó fuertemente con el pie, mientras gritaba: “¡Basta!”.  Entonces, para su sorpresa, vio que se trataba de dos simples haces de ramas. (Paterikon).

El muy venerable abbá Doroteo cuenta que, en los días en los que moraba en el cenobio del abbá Serid, un monje profirió algunas injurias en contra de otro hermano, dejándose llevar por un celo desmedido, aún sabiendo que los extremos suelen llevar a sospechas y suposiciones, originadas en cualquier clase de figuraciones. El acusador acusaba al acusado de que aquella mañana, temprano, habría robado algunos higos del huerto y se los habría comido; sin embargo, en la averiguación realizada por el higúmeno, se demostró que el señalado no se encontraba en el monasterio la mañana en cuestión, sino en uno de los poblados vecinos, pues había sido enviado allí por su superior, volviendo al monasterio solo después de terminada la Divina Liturgia (IX enseñanza del abbá Doroteo).

Si quieres ser un hijo fiel y celoso de la Iglesia Ortodoxa, alcanza tu meta cumpliendo los mandamientos evangélicos relacionados con el prójimo. ¡No te atrevas a encomiarlo! ¡No intentes enseñarle! ¡No oses golpearlo ni reprenderlo! Estas no son obras de la fe, sino del celo sin discernimiento, de la presunción y de la soberbia. Le preguntaron a Pimeno el Grande: “¿Qué es la fe?”. Y él respondió: “La fe consiste en cultivar la humildad y practicar la misericordia” (Paterikon), es decir, humillarte ante tu prójimo y perdonarle todas sus ofensas e insultos, todos sus errores.

(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Sophia, Egumenița, 2010, p. 15)