¡En verdad, qué pecado tan grave es juzgar y condenar a los demás!
Nosotros, al escuchar esto, bien podríamos preguntarnos lo siguiente: si el justo se salva con trabajo, ¿qué sucede con el malvado, el pecador y el adúltero?
Digno de ser recordado y relatado es este suceso, porque nos demuestra qué pecado tan grave y terrible es difamar y condenar a los demás. Dice el venerable Juan el Sabaíta: «Una vez, cuando vivía en la soledad más profunda del desierto, vino a visitarme un monje del monasterio. Cuando le pregunté por la salud de los demás monjes, él me respondió. “Gracias a sus oraciones, todo bien, padre”. Le pregunté después por un monje que tenía muy mala reputación, y mi visitante respondió: “Créame, padre, sigue teniendo la misma fama”. Al escuchar esto, no pude reprimir un suspiro de desaprobación y un “¡Uf!”.
Inmediatamente, sentí que era llevado a un sueño en el que me veía a mí mismo ante el Santo Gólgota y al Señor en medio de los dos bandidos crucificados. Corrí a acercarme a donde estaba el Señor, para postrarme ante Él, pero, viendo lo que yo me disponía a hacer, el Señor ordenó a los ángeles que le rodeaban: “¡Apartad a este hombre de Mi presencia, que es como un anticristo para Mí! ¡Antes de que venga Yo con Mi juicio, él ya ha condenado a su hermano!”. Así, me tomaron del brazo y me llevaron lejos. Entonces, cuando volvía por la puerta que momentos antes había cruzado para entrar, mi ‘kamilavkion’ (bonete) se me cayó, y la puerta se cerró con estrépito detrás de mí, sin que pudiera recuperarlo. En ese instante, me desperté. Espabilando, le dije al monje que había venido a visitarme: “¡Este es un día aciago para mí!”. Y me dijo él: “¿Por qué, padre?”. Entonces, le relaté lo que acababa de vivir y le dije: “Créeme, hermano, el ‘kamilavkion’ es la protección de Dios sobre mí, y yo me quedé sin él”.
Desde ese día, para glorificar al Señor, empecé a vivir en los lugares más apartados, renunciando a comer tan siquiera un trozo de pan y durmiendo a la intemperie todo el tiempo, sin cruzar palabra con nadie, hasta que el Señor ordene que se me devuelva mi ‘kamilavkion’».
Y nosotros, al escuchar esto, bien podríamos preguntarnos lo siguiente: si el justo se salva con trabajo, ¿qué sucede con el malvado, el pecador y el adúltero?
(Traducido de: Sfântul Anastasie Sinaitul, Povestiri duhovnicești, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia, Iași, 2016)