¿Envenenamos a nuestros semejantes?
Cuando le dices a alguien que “no lo soportas”, tú mismo te delatas, demostrando que en tu alma hay verdaderos depósitos de veneno.
“Aguzan su lengua como las serpientes, veneno de víbora tienen en sus labios” (Salmos 139, 3). En los labios del hombre pérfido y rencoroso, se oculta un terrible veneno.
Cuando una serpiente te muerde, te inocula su veneno y, finalmente, te mata. Así obra también la víbora de las pasiones humanas (especialmente la del rencor) cuando nos muerde. Nos envenena el alma y, con esto, también nosotros inoculamos esa ponzoña a los demás (Salmos 139, 4).
Igualmente, San Juan Climaco llama “veneno” al pecado de juzgar y condenar al otro. Todas las palabras condenatorias (las injurias, las difamaciones, las murmuraciones) que brotan de nuestra boca, reprobando a nuestro semejante, son un veneno: “Ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero” (Santiago 3, 8).
Nuestra boca da testimonio de lo que hay en nuestro corazón. Si nuestro corazón es puro, también lo será nuestra boca. Si nuestro corazón está sucio, también lo estará nuestra boca (Mateo 12, 35). “Yo te juzgo por tus propias palabras, siervo malo” (Lucas 19, 22). En consecuencia, cuando le dices a alguien que “no lo soportas”, tú mismo te delatas, demostrando que en tu alma hay verdaderos depósitos de veneno.
(Traducido de: Arhimandritul Vasilios Bacoianis, Nu te mai suport! – Arta împăcării cu tine însuți și cu ceilalți, traducere din limba greacă de Părintele Victor Manolache, Editura de Suflet, București, 2011, pp. 29-30)