¡Esperanza en el Señor debes tener, pero de brazos cruzados no has de permanecer!
Esperanza en el Señor debes tener, pero de brazos cruzados no has de permanecer. El auxilio del Señor viene como respuesta a nuestra perseverancia y, uniéndosele, la fortalece. Si tal esfuerzo no existe, la ayuda de Dios no tiene en dónde descender y, en consecuencia, no lo hace.
Con cuánto convencimiento creía San Pedro que no se alejaría del Señor, pero cuando llegó el momento de pasar a los hechos, no sólo se apartó de Él, sino que hasta lo negó tres veces.
¡Tan grande es nuestra humana limitación! Entonces, no bases tus esperanzas sólo en tí mismo, y, caminando en medio de tus enemigos, pon toda tu esperanza en el Señor, para salir vencedor. Semejante caída le fue permitida al Apóstol, precisamente para que después de ella nadie siguiera atreviéndose a creer que tan sólo con sus propias fuerzas puede lograr hacer algo bueno o vencer al adversario.
Esperanza en el Señor debes tener, pero de brazos cruzados no has de permanecer. El auxilio del Señor viene como respuesta a nuestra perseverancia y, uniéndosele, la fortalece. Si tal esfuerzo no existe, la ayuda de Dios no tiene en dónde descender y, en consecuencia, no lo hace. Pero, otra vez, si hubiera en tí tan sólo esa auto confianza, dejando de sentir que necesitas ayuda, el auxilio de Dios no descenderá más sobre tí. ¿Cómo podría venir allí donde no es considerado necesario? Y cuando las cosas están así, el hombre deja de tener cómo recibir ese auxilio divino. Porque éste se recibe con el corazón, y el corazón sólo se abre a tal ayuda cuando siente que la necesita. Así, no sólo es necesaria la esperanza en el Señor, sino también esforzarse. ¡Dios, ayúdanos! ¡Pero también tú, hombre, levántate!
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, pp. 27-28)