Estando lejos de tu casa y de tu país…
Acuérdate siempre de que en algún momento habrás de morir y que tendrás que enfrentar el Juicio de Dios. Apártate de todo mal y haz únicamente lo que sea bueno y virtuoso ante los ojos de Dios.
«Hijo mío espiritual en Cristo,
Allí donde te encuentras, a una gran distancia de tus padres, tu familia y tu patria, debes saber que no estás lejos de Dios, nuestro Padre Celestial, Quien está presente en todas partes. Y si lo amas, lo honras, lo adoras y lo glorificas, también Él te amará, honrará y glorificará. Cuando no respetas Sus mandamientos, es que no lo amas.
Así pues, no importa en donde te halles, que Dios nunca estará lejos de ti, sino que siempre estará viéndote, siguiéndote. Procura no entristecerlo, porque, cuando infringimos Sus mandatos, Él se llena de tristeza, vuelve Su rostro de nosotros y nos corrige para instruirnos. Aunque se halle en el último rincón del mundo, el cristiano tiene la obligación de orar, de ayunar en los períodos estipulados por la Iglesia, y, si no tiene una parroquia cerca, de elevar sus plegarias a la hora de la Divina Liturgia o de las Vísperas.
Es normal que te sientas apesadumbrado por las blasfemias que suele proferir tu papá. Tú no eres el responsable de eso, especialmente porque ya son muchas las veces en las que le has pedido que renuncie a tan pernicioso hábito. Déjalo en paz y pídele a Dios que lo ilumine para que deje de maldecir. Pero también él debe aprender a controlarse, porque, si no intenta refrenar su lengua, jamás podrá vencer dicho pecado y, tristemente, terminará en el fuego eterno. Y tú, si haces el bien en esta vida, irás al Paraíso.
Que la Gracia Divina nos ilumine a todos, también a tu padre, para que podamos arrepentirnos y empezar a practicar las virtudes (con la ayuda de Dios), para que todos podamos entrar en el Reino de los Cielos.
Dicho esto, para que puedas cuidarte de los peligros de vivir en el extranjero, como un buen padre, te daré algunos consejos. Si logras cumplir con estas recomendaciones, estarás protegiendo tu alma; no olvides que su valor es mucho más grande que el del mundo entero: “¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? ¿Y qué dará el hombre a cambio de su alma?” (Mateo 16, 26).
El primer consejo, que es también un mandamiento, es amar a Dios con toda tu alma, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Piensa todo el tiempo en Él y esmérate en guardar todos Sus preceptos.
El segundo consejo es que aprendas a amar a todos tus semejantes, incluso a aquellos que te hacen el mal y te odian. Y a quienes te dañen, tú hazles el bien, para que puedas llamarte hijo de Dios.
El tercer consejo es que asistas con regularidad a la iglesia, con devoción, escuchando atento las lecturas del Santo Evangelio, los himnos santos y los salmos recitados por los sacerdotes y demás servidores. Concentra tu mente para que permanezca cerca de Dios. Pon toda tu atención en la recitación de los textos litúrgicos y la entonación de los cánticos santos, y piensa que te encuentras ya en los Cielos. Búscate un buen padre espiritual, al cual puedas acudir para confesarte, para después comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor, con el respeto, el estremecimiento, la fe y el amor correspondientes.
El cuarto consejo es que leas con frecuencia las Santas Escrituras, el Evangelio, las vidas de los santos y otros libros de provecho para el alma. Evita las malas compañías, especialmente la de quienes no tienen fe, la de los impíos y los orgullosos. Evita visitar esos lugares de distracción como los teatros, los cines, las discotecas, los casinos, etc. ¡No bajes la guardia jamás! Ayuna, con discernimiento, en los días señalados por el calendario de nuestra Iglesia.
Acuérdate siempre de que en algún momento habrás de morir y que tendrás que enfrentar el Juicio de Dios. Apártate de todo mal y haz únicamente lo que sea bueno y virtuoso ante los ojos de Dios.
Escribe todo esto y déjaselo a tus hijos.
Respeta todos estos consejos y cualquier otra cosa buena, para hacerte digno de entrar en el Reino de los Cielos».
(Traducido de: Ne vorbește părintele Filothei Zervakos, Editura Egumenița, Galați, 2007, p. 29)